Capítulo 7 : Respuestas

El vagabundo iracundo se arrinconaba en una esquina del túmulo, fulminando a su cautivo con una mirada furibunda y haciendo que el lugar de descanso del primer rey de Takome se estremeciese ante el tremendo poder de su respiración furiosa.

Su apariencia era terrorífica, pero por dentro no estaba furioso, su fuerte temperamento solo era una fachada que dedicaba al \»príncipe de las mentiras\» para hacerle pensar que era otro burdo dios sin capacidad de intriga. Por supuesto, ÉL era más que eso, pero de momento no servía a ningún propósito demostrar lo contrario.

El recinto en el que se encontraba era angosto, oscuro, inaccesible; como todos en los que se había refugiado hasta ahora al lado del mentiroso. Sin embargo el lugar de reposo de uno de sus antiguos lugartenientes tenía un cierto valor nostálgico que reconfortaba al vagabundo.

La fetidez, oscuridad y los incesables gruñidos y amenazas de su cautivo pronto surtieron efecto en Khaol -como ÉL sabía que pasaría-, y éste pronto se aburrió y optó por hacer lo que siempre hacía: recoger sus cuchillos y largarse del túmulo usando un portal dimensional; todo ello sin dedicarle una palabra de despedida a su huésped.

Cuando el portal se cerró y la estancia pasó del mortecino anaranjado a la habitual negrura, el protagonista de ésta historia se relajó y se acomodó sobre los restos descompuestos del monarca que otrora tan bien le había servido. Era el momento de hacer un poco de introspección y planear sus próximos movimientos.

¿Cuánto tiempo llevaban a la fuga?, ¿décadas?, ¿quizás un siglo?, desde que el joven drow le trajo a éste mundo había estado en 4 guardias, todas ellas en el primer plano material. Algo tedioso, pero necesario, pues el plan del drow era muy conservador y necesitaba macerar mucho tiempo. Demasiado. Para colmo, ÉL debía permanecer oculto a los ojos de los dioses, de lo contrario, las cosas se pondrían muy complicadas.

La figura dejó de pensar en el tiempo y busco el poder de su interior. Su influencia en la dimensión había menguado mucho desde la última vez. El exilio había hecho mella en ÉL y ya no tenía ni a sus lugartenientes, ni a sus consejeros, ni a la ciega devoción de todos sus seguidores. Necesitaba recuperar sus fuerzas y sabía que, para ello, tendría que valerse de algún método poco convencional.

Se paró a pensar en Khaol. Joven, arrogante y ¡mortal! Un mortal que se las daba de semi-dios, solo gracias a la posesión del delicado orbe que colgaba de su cuello, claro, artefacto que le confería una fuente de poder mágico ilimitado. Eso unido con su innata habilidad de tejedor de hechizos había conseguido volver muy borrosa la línea que separa a un dios de un mortal.

El orbe en SUS manos bastaría para volver a empezar, pero estaba claro que no podría cogerlo sin más, puesto que su irritante captor tenía en su poder todo un arsenal de artefactos mágicos de poder inimaginable, siendo el más peligroso el fémur de Osucaru y el fémur era suficiente para poner en jaque al rey negro.

No, no. Había que jugar las cartas de otro modo. El orbe no era una opción. Khaol sabía muchas cosas que nadie debería saber: la ubicación de la tumba de Osucaru, dónde estaban las tres piezas de la espada del Creador de Mundos, en qué dimensión estaba ÉL… ¿de dónde obtuvo semejante información?, ¿quién era su benefactor?

El vagabundo dejó su mente divagar durante unos momentos mientras se paraba a observar el lugar de descanso del padre de Moisés. Allí fenecieron infinidad de héroes a manos de su antiguo siervo para convertirse en macabros títeres del Rey; sus desvencijadas armas y armaduras yacían desperdigadas por el suelo, recubiertas por el polvo de sus huesos triturados y erosionados.

El vagabundo sonrió y recorrió el oxidado filo de las armas de su antiguo campeón mientras meditaba y, de pronto, todo tuvo sentido. Todo encajó. Ahora tenía una teoría de por qué Khaol sabía lo que sabía. Se levantó, cerró la pequeña herida que se había abierto en la mano al tocar el filo de la mítica espada y comenzó a dar vueltas alrededor del túmulo.

En su era, solo había alguien que abogase por el conocimiento como arma. El único que pudo haber sabido todo lo que sabía Khaol. Solo había un inmortal que atesorase todo el conocimiento de Eirea con el fin de que los ciclos venideros aprendiesen de sus errores; ese alguien era uno de sus campeones, de sus consejeros, de sus… amigos.

Estaba claro que el usurpador seguramente lo hubiese matado cuando tomó SU lugar en los reinos, pero su legado se había atesorado con el único fin de perdurar y ÉL no dudaba de que lo hubiese hecho, ya que conocía su eficiencia.

Estaba claro que Khaol había encontrado este legado, que se había adentrado en ¡¡la biblioteca de VAGNAR!!

Capítulos anteriores:

– Cap. 5: (Urlom) – La reunión con el vagabundo
– Cap. 4: La visita a Gedeón
– Cap. 3: La visita a Eralie (II)
– Cap. 2: La visita a Eralie (I)
– Cap. 1: La visita a Seldar