La brisa marina acariciaba su rostro mientras el barco se deslizaba por las aguas tranquilas de la costa de Takome. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra el casco del barco era casi relajante. El sol, cayendo lentamente detrás de las colinas distantes, teñía el horizonte de cálidos colores. Pero la paz que el paisaje transmitía no llegaba al corazón de Nairaya.
Llevaba semanas en esta misión, escoltando artefactos mágicos de alto valor hacia Takome. Su mente, sin embargo, estaba en otro lugar. A lo lejos, el océano parecía infinito, una vastedad que ocultaba más de lo que revelaba. Nairaya había oído las historias de los marineros en las tabernas de ciudades portuarias. Relatos de la diosa Nirvë, la seductora del océano, quien supuestamente había sido la causa de muchos naufragios. Decían que con solo una sonrisa, ella podía atraer barcos enteros hacia la destrucción.
‘Tonterías,’ pensó Nairaya con desdén, observando las aguas como si las desafiara. No creía en dioses ni en leyendas de marineros borrachos. Pero incluso para alguien como ella, que confiaba únicamente en su propia fuerza y habilidades, había algo inquietante en esa inmensidad de agua. Quizás era la sencillez engañosa del océano lo que la ponía nerviosa. Sabía que bajo esa superficie tranquila, acechaban fuerzas destructivas que ningún ser humano, ni siquiera ella, podía controlar.
Roderick. El nombre de su esposo pasó por su mente como una corriente silenciosa. Era su roca, su compañero de batalla, la única constante en un mundo que cada vez más los arrastraba a la oscuridad. Lo amaba, lo sabía con una certeza tan profunda como su propio aliento. Pero también sabía que esa vida que llevaban, de mercenarios, de sombras y violencia, estaba cobrando su precio. Cada día que pasaba, Roderick parecía más resignado a su destino, y ella temía que sus hijas, Sylara y Ayra, también cayeran en esa misma espiral oscura.
Redención. Esa palabra había rondado sus pensamientos desde hacía años. Nairaa soñado con un futuro mejor para su familia, uno donde no estuvieran atrapados en la violencia. Pero con cada paso que daban, esa posibilidad se desvanecía. Las sombras los reclamaban, y aunque ella luchaba, sabía que cada vez estaban más hundidos. Como los barcos que, según los marineros, eran arrastrados por Nirvë hacia las profundidades.
Sonrió amargamente al recordar esas historias. ‘¿La diosa del mar?’ pensó. ‘Si existiera una, no la culparía por atraer a los hombres hacia su final. Es un destino tan bueno como cualquier otro.’ Pero ella no necesitaba dioses para explicar las tragedias del océano. Sabía bien que el mar era una fuerza implacable, y que la estupidez humana hacía el resto. Los naufragios eran causados por errores, no por sonrisas divinas. Y aun así, mientras el barco se deslizaba sobre el agua, no pudo evitar sentir la sombra de esas historias flotando sobre ella.
Se apartó de la barandilla del barco, alejando esos pensamientos de su mente. Los gnomos le habían advertido sobre los artefactos que transportaba, pero había algo en uno de ellos que no podía quitarse de la cabeza. Un objeto envuelto en gruesas pieles, con una estructura metálica apenas visible. Desde el primer momento en que lo vio, algo dentro de ella se agitó. Curiosidad. Esa era su mayor debilidad. ¿Qué sería ese artefacto? ¿Qué poder ocultaba?
Había pasado noches enteras dándole vueltas en la mente. Sabía que no debía acercarse, que su deber era entregar el cargamento intacto. Pero esa noche, bajo el manto estrellado del cielo y el eco lejano de las olas, la curiosidad la superó. La tripulación dormía, y ella se encontraba sola en cubierta. ‘Solo un vistazo,’ se dijo a sí misma. Un vistazo no haría daño.
Bajó a la bodega.
La oscuridad era profunda allí abajo, rota solo por el tenue brillo de las linternas. El aire olía a sal y metal, y el silencio era casi opresivo. Los otros artefactos permanecían inertsolo. Aquel objeto que la había llamado desde que lo vio por primera vez. Se acercó con pasos silenciosos, sus botas resonando suavemente en la madera. ‘Solo un vistazo,’ se repitió.
Las historias de Nirvë volvieron a su mente, como si el océano mismo la estuviera tentando. ‘Los marineros creen que la diosa castiga la curiosidad.’ Se burló de la idea, pero no pudo evitar que una sombra de duda cruzara por su mente. ¿Y si estaban en lo cierto? ¿Y si había algo más en esos relatos de lo que ella creía? No. No iba a dejar que supersticiones de marineros borrachos la detuvieran. Ella no necesitaba dioses ni leyendas para saber que el peligro estaba en sus propias manos, no en alguna criatura mítica.
Retiró con cuidado las pieles que cubrían el artefacto. El metal frío tocó sus dedos, y un escalofrío recorrió su espalda. ‘Es solo un objeto,’ se dijo. ‘No tiene poder sobre mí.’ Pero en ese instante, sintió algo extraño, una sensación de peso en el aire. Era más pesado de lo que parecía, con grabados y mecanismos que no reconocía. Su corazón comenzó a latir más rápido. Sabía que estaba jugando con fuerzas peligrosas, pero su fascinación la superaba.
Roderick. Pensó en él, en cómo la miraría si supiera lo que estaba haciendo. ‘¿Qué dirías ahora?’ Se preguntó. ‘¿Te enfadarías, o te reirías de mi curiosidad insaciable?’ Pero en ese momento, su deseo de saber era más fuerte que cualquier otra cosa.
Sus dedos comenzaron a deslizarse por los grabados, explorando los mecanismos. Y entonces, lo escuchó.
Un clic.
El sonido fue casi imperceptible, pero en el silencio de la bodega, fue ensordecedor. Su corazón dio un vuelco. Las runas grabadas en el artefacto comenzaron a brillar con una luz intensa, un destello de energía pura que la cegó momentáneamente. Sintió que la magia del artefacto d bruscamente de su letargo. El aire alrededor se volvió pesado, cargado de una tensión palpable.
Era demasiado tarde.
Intentó retroceder, pero antes de que pudiera reaccionar, el artefacto emitió un zumbido agudo que resonó en todo el barco. Y entonces, el mundo explotó en luz y sonido.
El estallido fue tan violento que la lanzó contra las paredes de la bodega. El barco entero se estremeció, como si el océano, esa vasta extensión que tanto había desafiado, decidiera reclamar el barco. Fragmentos de madera, metal y tela volaron por los aires. El estruendo de la explosión era ensordecedor, y el casco del barco se desgarraba como si fuera papel. Los gritos de la tripulación se mezclaban con el caos, pero no podía escucharlos con claridad. Sus oídos zumbaban, y todo a su alrededor era fuego y destrucción.
Nairaya cayó al suelo, aturdida, con los oídos zumbando y el sabor metálico de la sangre en su boca. Intentó levantarse, pero todo era caos a su alrededor. El fuego se extendía rápidamente por la bodega, alimentado por los artefactos que ahora reaccionaban a la explosión. El olor a humo, aceite y madera quemada llenaba el aire. Sintió el calor abrasador en su piel, pero lo que más la aterrorizaba era el mar que comenzaba a invadir con furia el casco roto del barco.
Sabía que todo esto había sido por su culpa.
La explosión no había sido un accidente inevitable, sino el resultado de su propia curiosidad. Los gnomos le habían advertido sobre los peligros, pero había creído que, con su experiencia, podía controlarlo. Y ahora, el precio era la vida de todos a bordo.
Se arrastró hacia la cubierta, luchando por mantenerse consciente mientras el barco se partía en dos. La tormenta de escombros y fuego venir. Las frías aguas del océano, que hasta ese momento habían sido tranquilas, ahora la llamaban. El barco se inclinaba peligrosamente hacia un lado, y con cada segundo que pasaba, más se hundía en las profundidades.
Nairaya llegó al borde de la cubierta, sintiendo el frío morder su piel mientras el agua comenzaba a envolver sus pies. El cielo estrellado, antes tan claro, estaba ahora distorsionado por el humo y las llamas. Sus pensamientos se dirigieron hacia Sylara y Ayra, hacia su familia. No las volvería a ver. El dolor en su pecho no era solo físico, era emocional. Su curiosidad había destruido no solo el barco, sino también la esperanza de volver a ver a sus hijas y a su esposo.
El barco soltó un último crujido agónico antes de ser reclamado por las profundidades. El agua la rodeó, helada, implacable. La oscuridad se cerró sobre ella, y por un momento, todo quedó en silencio.
Pero en ese instante final, cuando el océano finalmente reclamaba el barco, Nairaya supo que la historia de Nirvë era más que un simple mito de taberna. En lo más profundo del abismo, la diosa del mar, sentada en su trono de conchas y rodeada por criaturas marinas, observaba el naufragio con una sonrisa apenas perceptible en sus labios. Nirvë, la misma que, según los relatos de los marineros, había causado cientos de naufragios con solo una sonrisa, había presenciado el último acto de Nairaya.
Y aunque Nairaya no creía en dioses, en su último suspiro antes de ser tragada por las aguas, sintió la mirada de la diosa sobre ella. La sonrisa de Nirvë, cargada de una serenidad indiferente, parecía contemplar no solo la destrucción del barco, sino también la fragilidad de la vida mortal, observando cómo el mar volvía a reclamar lo que siempre le había pertenecido.