== ‘Estrellas del empíreo’ — CAPÍTULO 1
—¡Papááá!, ¡estoy cansada! —susurró la criatura—, ¡quiero volver ya!, ¡no quiero hacer el
homenaje!
Las quejas no permearon en Ruger, quien lanzó el arpeo con la maña de alguien que lo había hecho
durante toda su vida. Al notar como el garfio se afianzaba en la cornisa dio un par de tirones de la
cuerda para asegurarse de que estaba bien aferrada. La última vez que habían venido al homenaje
habían tenido un pequeño desliz que casi terminó en disgusto y no estaba dispuesto a que sucediese
de nuevo.
—¡Papá!, ¡que no quiero!, ¡esto es una tontería! —exclamó la niña, a la par que manifestaba su
frustración con una sarta de manotazos al aire.
Los aspavientos y ademanes de la pequeña halfling no llegaron a oídos sordos. Ruger la estaba
escuchando, pero estaba tan concentrado en su labor que su cuerpo, sencillamente, no tenía ni un
ápice de atención que prestarle. Seras hacía hoy doce lunas y tenía reservada una sorpresa para ella.
Todo tenía que salir a pedir de boca.
La demostración de disconformidad de la niña no hizo si no crecer en volumen y en variedad de
aspavientos, pero el halfling estaba demasiado enfrascado en sus nudos, asegurándose de que todos
tuviesen el tamaño perfecto para que…
—¡Ay! —exclamó Ruger cuando una pedrada le invitó a apartar la mente del trabajo—. ¡Serás
macarra!, ¡¿por qué has hecho eso!?
»¿No ves que puedes hacerme daño?, ¿eh? —regañó mientras fruncía el ceño.
—¡Me quiero ir! —sollozó la niña—. ¡Hace frio!, ¡y viento!, ¡y está muy oscuro!, ¡y además me
duele un pie!
—¿Frío?, ¡pero si estamos al lado del volcán! Además, mírate —dijo mientras señalaba a su hija de
arriba a abajo—. ¡Estás cubierta de pies a orejas en el mejor plumón de la aldea! Eres una quejica.
—P-pero…
—P-pero —se burló su padre, haciendo una exagerada imitación de su hija—. Ni peros ni vainas,
¡macarra!, ¡ya casi he acabado con el arpeo! —sentenció el halfling, instantes antes de darse la
vuelta y volver a los nudos.
La niña no era tonta. Realmente no tenía frío y tampoco temía al viento. Sencillamente estaba
aburrida. Su padre llevaba un buen rato trasteando con los arpeos y ella estaba en esa época de la
vida en la que biológicamente era incapaz de permanecer quieta
demasiado tiempo.
—¡Ah! —exclamó su padre, girándose de súbito mientras blandía un dedo índice acusador—. ¡Y
tampoco hace viento!, ¡y mira a la luna!, ¡si su luz verde es tan brillante que puedes ver tu casa! ¡Y
tampoco me engañas con lo del pie! —terminó antes de volver a nudos, garfios y arpeos.
Seras concedió la ronda a su padre. Este la conocía demasiado bien y los gambitos de la niña ya no
solían funcionar como cuando era más pequeña. Así pues, se resignó a entretenerse cogiendo
piedras y lanzándolas montaña abajo con todas sus fuerzas. Le habría encantado que cayeran
encima de alguno de los vecinos que peor le caían, pero la fuerza de su brazo no estaba por la labor
de ayudarla. Aunque entretenidos, los intentos de apedrear residencias ajenas no fueron sino un
alivio efímero a su caso crónico de aburrimiento.
—Listo —dijo su padre, atándose en el cinturón una cuerda—. Ya podemos subir a la cima.
—No quiero.
—Sí que quieres —rechistó Ruger, que comenzó a atarle la misma cuerda a su hija.
—¡Que no! —dijo la niña, intentando evitar la cuerda de su padre y haciendo que ambos se
enredaran aún más.
—¡Ya está bien, Seras!, ¡siempre la misma cantinela por estas fechas! Se que el aniversario te pone
triste —la voz de su padre se suavizó—, pero recuerda que lo hacemos por la memoria de tu madre,
¿vale?
—P-p-pero es q-que —gimoteó Seras entre sonoras sorbidas de mocos.
«Pensé que a estas alturas ya lo habría dejado atrás, pero…» —pensó su padre, impotente.
Ruger se arrodillo ante su hija, haciendo que el cuero recién curtido de sus pantalones protestase
con un crujido. Le posó las manos en los hombros y contempló su rostro, rosado tanto por el abrazo
del frio, por el beso de la niñez y por el pinchazo de la tristeza.
—Ya estamos casi arriba, ¿sabes?, un empujón más y llegaremos a la cima.
»Se de sobra que puedes hacerlo —continuó, ante el silencio de su hija— y se que cuando
lleguemos arriba te encontrarás mejor.
«Creo que va a necesitar un empujón» —pensó.
—¿Sabes?, quería darte una sorpresa, pero te la voy a desvelar ahora: creo que ya eres lo
suficientemente mayor como para que te hable de las estrellas —dijo Ruger—. A tu madre le
fascinaban y, si quieres, te enseñaré como hacer mapas del cielo, tal y como hacía ella.
Seras no tardó en alzar la vista y abrazar a su padre el tiempo suficiente para sorber un par de
mocos. Uno de los más rebeldes se le escapó y tuvo que interceptarlo con la lengua.
—Vale —dijo la niña, revitalizada por la promesa—. Pues, vamos. Velian va a empezar a bajar y
será más complicado subir.
Ruger sonrío, se levantó y enjugó las lágrimas del rostro de su hija. Ambos ya estaban preparados
para subir y hacer el homenaje a Elodie. Para lo que no estaban preparados, sin embargo, es para
conocer la verdad.