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Ahora:

Gaelen pisaba ahora el suelo del templo al que otrora llamaba hogar. Un lugar que había dejado atrás para buscar respuestas con las que sanar a su diosa moribunda. Para comprar esperanza para su círculo druídico en decadencia. Para evitar que un imperio destruyese todo lo que amaba. Ella encontró ambas, pues Lyria EcoDeHojas estaba allí con ella, contemplando con un horror impávido los restos marchitos del Trono de Raíces.

Las piedras que una vez sostuvieron la gloria del templo ahora yacían dispersas y cubiertas por restos de ramas, en una cruel mueca silencioso de la gloria que ostentaban antaño. Un recuerdo que proyectaba un eco que reverberaba en la ahora reseca carcasa de Naphra, creando convirtiéndose así en aullido sibilino que arrastraba consigo un deje melancólico.

Mientras la pareja exploraba las ruinas con congoja, sus pasos las llevaron hacia una figura que no parecía ajena a las sensaciones que las embargaban. Un elfo adusto con un rostro repleto de cicatrices rodeado por dos coloridas trenzas, una de las cuales estaba siendo mordisqueada nerviosamente.

— Has vuelto, Gaelen —dijo Shihon—. Pero llegas tarde… como bien puedes ver.

Gaelen hizo un ademán hacia Shihon, pero no le contestó. El elfo se tomó esto como un saludo.

— ¿A qué has vuelto?, ¿acaso has encontrado las respuestas que buscabas? —había desdén en el tono de Shihon—. Si hubieses estado aquí las cosas podrían haber sido distintas.

Gaelen mantuvo la mirada de Shihon y clavó su bastón en el suelo antes de apoyar todo su peso en él. Después, rebuscó en una bolsita que colgaba de sus hombros para extraer lo que parecía una esfera de hierbas ennegrecidas. Se metió la bola en la boca, sin más ceremonias, y comenzó a chuparla sonoramente.

— ¿Es silencio lo que traes contigo? el trono se ha muerto —exclamó el elfo, a la par que pisoteaba con saña una rama reseca del suelo—. En parte gracias a tu partida. Me merezco una respuesta. Ella se merece una respuesta.

– Las raíces del silencio envuelven a Gaelen, como hojas que abrazan el suelo en la quietud del otoño —susurró una voz que no era la de Gaelen—. Los vientos de sus palabras no acarician los oídos de los mortales. La danza de las sombras y la luz son su refugio ahora.

Shihon se volvió a la voz de la Dríade que hablaba.

— Shoy Shihon, el elegido del Simbionte, Defensor del trono de raíces y adalid de Naphra. ¿Quién eres tú, espíritu?

— Los nuestros no tienen nombre, paladin de Naphra. Pero Gaelen me ha llamado Lyria, susurro entre hojas y viento. Soy un espíritu entrelazado en un pacto vital con ella, donde los lazos de la naturaleza y el alma convergen.

» Somos el eco en el susurro del río, la respuesta a la pregunta que Gaelen trajo al corazón del bosque. Pero veo que la premisa de la pregunta ha cambiado. La vida de tu diosa se ha marchitado para renacer de otra forma, como si fuere una semilla de verano.

Shihon miró a la dríade con descaro. Aunque su figura recordaba a la de una elfa, toda su piel era una corteza nudosa y retorcida de la que nacían erráticos brotes con flores, hojas e, incluso, frutos. Sus dedos retorcidos se parecían más a raíces que a falanges y su voz musical provenía de un montón de huecos en su piel que formaban una complicada maraña en el interior de su cuerpo.

— Espíritu —dijo Shihon, negándose a reconocer el nombre de Lyria—, pídele a Gaelen que me siga. Las cosas han cambiado. Nuestra señora ha renacido, como bien dices, y ahora servimos a dos nuevos maestros. Sus talentos nos vendrán bien.

Gaelen alzó una ceja e hizo varios gestos hacia Lyria, quien asintió en un movimiento que más se parecía al mecer de las ramas.

— Gaelen busca las sombras del pasado, rastrea las raíces que se ocultan en la tierra —murmuró Lyria en su enigmático tono—. El círculo se desvanece en la bruma, ¿dónde está ahora?

» Tu familia es un eco lejano en el corazón del bosque, susurros en los recuerdos de la naturaleza —la dríade bombardeaba al elfo con preguntas, sin darle oportunidad de contestar—. Tu prometida y su vientre se desvanecieron como luciérnagas que parpadean en la noche, un destello fugaz en la eternidad del tiempo. ¿Están allí donde nos llevas?

— No —sentenció Shihon, antes de guardar silencio durante una efímera eternidad—. Filverel, Cheyrth y Arlen se han marchado. Han dado la espalda al trono de raíces. Han optado por venerar a un maestro que es antítesis de todo lo que defendimos. Has de olvidarlos.

Gaelan alzó una ceja y escupió la bola que estaba masticando.

— Sin sus huellas, la danza se torna sin melodía —respondió la dríade, que pareció entender lo que pasaba por la cabeza de Gaelan—. El círculo no fue la meta, sino el sendero en…

— ¡Silencio, espíritu! —interrumpió Shihon, en un tono que no daba lugar a más diálogo—. El círculo persiste. Ahora somos más fuertes que antes. Entiendo tus reservas, pero la señora a la que otrora servías aún camina este mundo, si bien ahora lo hace en otra piel.

» Ven al círculo. Yo mismo mediaré para que hables con ella. Estoy seguro de que comprenderás todo cuando lo hagas. El círculo puede beneficiarse de tus dotes y, además, sospecho que tendrás que reformular tu pacto, ahora que el Trono ya no existe.

Gaelen pareció dudar unos momentos, mientras rebuscaba en su bolsita.

— En el círculo tenemos tabaco —dijo Shihon, señalando a la bolsita de Gaelan—. Y si no te gusta, tenemos todas las hierbas que quieras para que hagas tu mezcla. Ven, aunque sea a descansar, y escucha a Naphra.

La vieja druida dudó durante unos momentos, antes de asentir silenciosamente hacia su espíritu.

— Gaelen acepta tu ofrecimiento de hierbas de tabaco, pero no tomes esto como un ‘sí’ definitivo —canturreó el espíritu del bosque—. Las entidades que ahora acaricias con tu devoción bailan en la neblina de su incertidumbre.

» Mis raíces también cuestionan las lealtades que has tejido en el suelo de la realidad. El viento de la duda sopla a través de mis huecos.

— Vale, vale. Me queda claro —se jactó Shihon— . Demasiada exposición para decir que no os fiáis de mi.

» Acompañadme y veréis que el camino que sigo es verdadero. Bien sabe Naphra que el círculo os necesita. Algunos de mis druidas no paran de quejarse de las maldiciones que les afligen y, por lo menos, podréis ayudarme a quitarme esa espina del trasero.

Shihon comenzó a desandar sus pasos y Gaelen asintió en silencio antes de comenzar a caminar pesadamente. La dríade hizo lo mismo, dejando tras de si una estela de brotes verdes donde antes solo habían ramas resecas.