La ceremonia de ascensión había sido breve y silenciosa, como el dolido funeral de un hijo.

Su diácono había extraído un cuenco de sangre del corazón de Astaroth que después le derramó sobre la calavera, ungiéndolo en la sangre del primero. Después, su antiguo maestro se arrodilló ante él y le ascendió al rango de caballero antes de levantarse y abrazarle con gran júbilo.

El rito era humilde, pero sirvió para que el apóstol pasase a gozar del derecho a estar presente en el concilio de los sumos pontífices, evento que estaba a punto de suceder.

Recién ungido, el caballero se encontraba en el interior del vientre del caído, al lado del corazón muerto -pero todavía palpitante- de su antiguo señor. A su alrededor, costillas enormes y ennegrecidas se alzaban como los pétalos marchitos de una flor muerta. El antiguo cuerpo de su señor ahora servía para alojar a los sumos pontífices en su interior.

Éstos permanecían de pie, inmóviles y en perfecto silencio -como demandaba la tradición-. El profundo sonido de uno de los latidos del corazón de Astaroth rompió ésta ceremonia silenciosa y dio inicio al concilio, haciendo que los pontífices entregasen su túnica a los diáconos, quienes la vestían temporalmente hasta que sus superiores terminasen de ceremoniar.

La atronadora voz del quincuagésimo pontífice inició la sesión:

– Amor y paz para todos, hermanos, por haberos esforzado en estar hoy aquí. Como sabéis, el Diácono Limfhimbiøzimtrhh y el ahora ungido Rimemlomuriøzem han entablado contacto con un ser extra dimensional -un murmullo creció entre los presentes mientras el pontífice hacía una pausa-. Se trataba de un ser vivo.

Semejantes palabras causaron que tanto diáconos como espectadores estallasen en gritos, incrédulos ante la desgracia de semejante criatura.

El quincuagésimo alzó una mano esquelética y se hizo el silencio.

– Lo se, hermanos. Estoy tan consternado como vosotros. Pensamos que Astaroth había llevado la paz de su bendición a todos los rincones de la dimensión, pero parece que no es así, nuestro señor feneció antes de terminar su gran obra. Ahora, criaturas inocentes de otras dimensiones están sufriendo los horrores de la vida, el tormento de la intranquilidad y los desasosiegos de la muerte prematura.

El pontífice se irguió -interrumpiendo su discurso- y señaló al caballero y al diácono responsables de encontrar a Altra, invitándoles a acercarse al círculo.

– He aquí a aquellos héroes que nos señalaron a los descastados, los infelices… los desafortunados. El que ahora se presenta como caballero ha sido recién ungido y yo ahora hago entrega permanentemente de mi túnica a éste diácono, nombrándolo como un nuevo sumo pontífice. Tan grande es su verdad.

– ¡¡Tan grande es su verdad!! -replicó al unísono la totalidad de la congregación.

El nuevo pontífice contempló en silencio la multitud de apóstoles que le rodeaba, bloqueando la visión del horizonte grisáceo de Zukall. Nunca había deseado tal responsabilidad, pero ahora que la tenía, un profundo sentido del deber le embriagaba. Sabía que todos esperaban sus palabras, así que no les hizo esperar.

– Hermanos, creo que no merezco éste honor, pero no rechazaré la verdad. Como bien indicó el quincuagésimo, ahora quincuagésimo primero, hay criaturas en el exterior que están sufriendo. Es nuestra obligación moral la de terminar el trabajo de nuestro señor, entregándoles de ésta forma la paz y la vida eterna.

Los congregados aplaudieron con júbilo mientras el antiguo diácono levantaba la mano, mostrando a todos la gema marcadora.

– Ésta piedra -prosiguió con su discurso- es la llave que nos abrirá la puerta al plano de origen de ésta criatura. Hermanos, propongo que marchemos allí en la próxima conjunción y liberemos a los vivos de las penurias de su existencia; propongo que los hagamos hermanos de hueso, carne y fe, que los acojamos en nuestro mundo y que les liberemos de las cadenas del infortunio y el sufrimiento. Debemos empezar de inmediato. No podemos tolerar semejante dolor en otro ser consciente.

La congregación asintió en silencio mientras el nonagésimo primer pontífice -ahora nonagésimo segundo- se levantaba.

– Hermano, ¿y cómo va a llevarnos esa piedra al nuevo mundo? -contestó con una voz que sonaba igual que la piedra de un molino aplastando centeno.

En otro lugar muy lejano, una voz muy distinta a las de la congregación respondió a esa pregunta en un estallido de furia:

– ¡¡Pues muy sencillo, inepto!!, ¡ambas gemas están conectadas! -gritó Dalim a uno de sus adeptos- ¡¡quien quiera que tenga la gema marcadora de Altra podrá volver al Plano Material con un hechizo arcano!!, ¿¡quién sabe a qué horrores hemos abierto la puerta?!

La torre de Ébano, el corazón de la investigación arcana Imperial, era un lugar peligroso. Pero Letro sabía que de entre todas las energías que allí se manipulaban, Dalim era la más inestable. Tras respirar hondo, el compañero de investigación de Altra se resignó y comenzó a hablar lentamente y con mucho tacto:

– Mi señora. Bien es…

– Mi señora ARCHIMAGA -corrigió tajantemente Dalim mientras golpeaba su mesa con la palma abierta antes de señalar a su interlocutor-. Si vamos a seguir el protocolo, lo haremos a rajatabla.

Todos los tubos del despacho de Dalim tintinearon al chocar entre sí a raíz de la fuerza de los gritos de su dueña.

El interior de la sala estaba lleno de ellos, todos repletos de formol y fetos malformados de criaturas que Letro no podía reconocer, pero para él lo peor era ver el reflejo del rostro iracundo y deformado de su archimaga, juzgándole con su ceño fruncido desde todas direcciones.

– Mi señora ARCHIMAGA -recalcó Letro sintiéndose muy incómodo-. Bien es cierto que la gema podría funcionar en los dos sentidos, pero ni siquiera sabemos que las investigaciones de Altra fuesen correctas… puede que estuviese equivocada y que el teletransporte arcano no funcione entre planos de existencia.

– ¿¡»Las investigaciones de Altra»?! -restalló la voz de Dalim-, querrás decir «NUESTRAS investigaciones», ¡¿no?!, tú y tu pequeña amiguita habéis estado pidiendo recursos de la orden durante MESES para intentar llevar a fruición vuestro absurdo experimento y ahora que las cosas no salen bien pretendes lavarte las manos, ¿crees que eso va a librarnos de la que se nos viene encima?

– Mi señora Archimaga, yo…

La archimaga de la torre de Ébano no necesitó hablar para hacer que su adepto se callase. Bastó con alzar levemente su mano derecha, pequeña y blanquecina como la leche, para que Letro pillase la indirecta.

Dalim frunció el ceño de nuevo, cerró los ojos y se recostó sobre el asiento de su despacho, masajeándose las sienes con sus dedos índice y anular.

No soportaba la ineptitud ni la irresponsabilidad. No era cosa de manías, ella estaba convencida de que les tenía alergia y de que alguien lo suficientemente inútil podría causarle la muerte. Muerte clínica, no metafórica. Samoth pensaba que eso eran paparruchas, pero ella no estaba tan segura.

Abrió los ojos y contempló el techo de su despacho, aún manchado con los restos ennegrecidos del último adepto que la había enfurecido. Las manchas habían sido más difíciles de limpiar de lo que parecía y el círculo interno tampoco estaba muy contento de como Dalim \»gestionó\» la consulta de ese Adepto. Dalim no podía volver a ser desacreditada delante del círculo, no con Samoth fuera de la ecuación, por lo que no podía desintegrar a Letro en átomos de helio.

– Muy bien -dijo Dalim, casi con dulzura-. Perdone que haya pedido las formas, Por favor, continúe su exposición, pero dígame, ¿ve usted la ironía en el hecho de que hace unas semanas defendiese a capa y espada su \»solida investigación\» y ahora esté intentando decirme que es incorrecta y, por tanto, no hemos de preocuparnos?

– No veo la ironía, mi señora Archimaga -contestó Letro, que realmente sí la veía-. Pero en el peor de los casos siempre podemos desencantar nuestra gema localizadora, así nada malo podrá pasar.

Dalim asintió en silencio, esforzándose por aparentar pararse a pensar en las patrañas que estaba soltando el Adepto.

– Letro. Mire la gema, ¿de qué color es?

– Amarilla, mi señora -contestó Letro-.

– Querrás decir «mi señora Archimaga» -corrigió Dalim-. ¿Y qué significa el color amarillo?

– Q-que ha sido activada -balbuceó Letro-.

Un fuerte trueno azotó la torre de Ébano y su estruendo causó que grito de Dalim se ahogase. Lo que no hizo fue ocultar el siseante sonido del charco burbujeante al que se había reducido el cuerpo de Letro.

Dalim se levantó, pasando de encima de la baba maloliente que otrora fue su adepto y se dirigió a la ventana de la torre de Ébano. Fuera, la tormenta mágica que rodeaba a la fortaleza de Dendra restallaba en energías mágicas que zigzagueaban por sus nubes negras como el carbón. Todo parecía normal, pero en el fondo sabía que no era así.

La gema se había activado. Quien lo hubiese hecho ahora conocía el plano material. La investigación de Altra, finalmente, parece que iba a tener sus frutos, pero no de la forma que se esperaba.

Dalim suspiró. Sabía que tendría que dar explicaciones por el adepto, pero seguro que nadie se acordaba del pobre Letro cuando confirmase al círculo interno -y al propio emperador- lo que estaba a punto de suceder… o mejor dicho, lo que estaba a punto de llegar.