La imponente figura se irguió plenamente satisfecha. A sus pies yacía el cadáver inexpresivo de aquella a la que había salvado entregándole la bendición de su señor. El apóstol dedicó un minuto de silencio para honrar la ascensión de la noble criatura que, contra todo pronóstico, había llegado a su mundo.

En ese tiempo de meditación, la figura se paró a escuchar el ululante viento furibundo de su plano natal que bombardeaba con partículas de ceniza y hojas podridas la oscura armadura ósea que recubría su cuerpo difunto. Era el único sonido que se escuchaba: su mundo estaba en paz, gozaba de la bendición.

Un gran júbilo llenó al escudero cuando los primeros estertores de la no-vida comenzaron a azotar el cadáver bendito de la criatura que estaba a sus pies; ¡El todopoderoso la había abrazado en su gracia!

Desde luego hoy era un día feliz para el recuerdo. Un caminante de planos había sido bendito en el nombre de su deidad, algo inédito en los anales de la historia de los suyos.

No era la primera vez que algo llegaba al refugio, desde luego, en ocasiones bestias maltrechas hechas de fuego y furia habían atravesado los portales que se generaban en la conjunción de los planos, pero éstas eran criaturas irracionales que no podían ser benditas por su religión.

El sonido causado por los pasos de su diácono llamó la atención del apóstol.

-Escudero -resonó la voz de ultratumba de su superior-. ¿Qué tenemos aquí?

El protagonista de ésta historia contempló a su santidad: su calavera coronada por el camauro de espinas refulgía en la penumbra y el manto que denotaba su rango ondeaba al ser azotado por el viento. Su gloriosa visión merecía una reverencia, y así lo hizo antes de dirigirle la palabra.

– Eminencia: esta criatura ha atravesado el portal demoníaco -susurró el escudero con júbilo-. Era consciente, sufría, ¡y la he salvado!

El diácono se inclinó sobre la antigua transmutadora, iluminando su cuerpo en proceso en zombificación con la luz mágica que emanaba de sus cuencas oculares vacías. Después miró de nuevo al escudero con expresión de extrañeza.

– ¿Has bendito a la criatura?, ¡alabado sea tu nombre!. Inédito. ¿Aún conservaba la vida? -inquirió el Diácono-.

– Si, su eminencia. Sufría en agonía y, aunque no logre entender su extraño idioma, estoy seguro de que me pedía la salvación.

El diácono reverenció ante su escudero, que se sintió tremendamente honrado ante tal gesto. Estaba seguro de que pronto sería nombrado caballero de la Calavera por su logro.

– ¿Sabes que significa, verdad, mi discípulo?, hay algún mundo más allá del abismo demoníaco que está sufriendo. Un mundo que está siendo azotado por la maldición de la vida y a donde la bendición de nuestro señor no es capaz de llegar. Por nuestro señor y por nuestro deber moral, debemos encontrarlo y liberar a sus habitantes de su sufrimiento.

El apóstol, inspirado por la emoción que se destilaba de las palabras de su diácono, no pudo hacer otra cosa que no fuese asentir enérgicamente.

– Preparate para partir, discípulo. Tenemos que reunir a la orden. Tenemos que prepararnos para enviar a nuestros misioneros -dictaminó, tajantemente, el diácono-. Un evento de ésta magnitud ha de ser discutido de inmediato.

– Pero mi señor, ¿como vamos a encontrar el mundo de ésta criatura?, ¡no tenemos ni idea de dónde está y tampoco sabemos cómo llegar allí!

El diácono se arrodilló sobre el suelo y recogió la brillante gema marcadora que Altra había dejado caer en sus últimos momentos.

– Mi joven aprendiz, creo que ésta piedra nos dirá exactamente como y a dónde debemos ir.

Cuando las figuras partieron hacia el oscuro horizonte, el silencio de Y502 volvió a romperse de nuevo, pero ésta vez no por el viento, si no por los gemidos de la recién nacida que comenzaba a alzarse.