Los guerreros Khazad seguían con la mirada y cierta desconfianza la pequeña comitiva: un comerciante con túnicas comunes, escoltado por cuatro figuras imponentes y cubiertas por grandes capotes.
Era la última hora del anochecer, cuando los establecimientos estaban cerrados, a excepción de los dedicados al ocio. Las estancias dedicadas al gobierno estaban a esa hora desiertas de funcionarios y ciudadanos, con tan solo los guardias un tanto somnolientos. Fueron éstos los que dieron el alto en la antesala del Trono de Piedra a la extraña compañía. El mercader asintió hacia un lado y dos de sus guardias se apostaron en las paredes de la estancia cerca de los Khazad, vigilando y siendo vigilados. Los otros hicieron a un lado sus capotes y se desprendieron poco a poco de sus armas, que terminaron apiladas con cuidado a ambos lados del puesto de guardia. Cumplidos con los requisitos de seguridad se les invitó a proseguir su marcha hacia el interior.

Dos miembros de la Guardia de Piedra permanecían impasibles en el umbral, mientras otros dos se acercaban con las armas presentadas ante sí, hacha y martillo, asidas por el mango en posición vertical, en ceremonioso paso regular. El mercader echó un ojo atrás e hizo una ligera mueca cuando vio a alguno de los Khazads llevarse una mano enguantada a su barba de malla ante la majestuosidad de la Guardia del Rey. Conocía la triste historia, íntimamente de hecho, pues le fue referida por uno de los protagonistas y no tenía gana alguna de bromear al respecto. Los guardias llegaron a su altura, asintieron gravemente en un gesto enfatizado de sus grandes yelmos y se situaron a ambos lados del mercader relevando a su escolta, que se situaban contra las paredes de la estancia en su propia ceremonia marcial.

Con paso vivaz acompañaron al ordinario mercader ante su Cargo y Rey, presentando armas con igual vigor y retirándose cuando Darin se levantó de su trono y levantó la mano. Tal ceremonia resultaba inexplicable hasta que el monarca se situó a un par de pasos y con rostro severo afirmó:

– Estás ganando peso, Renalkar.

El interpelado torció la boca aguantando la risa y respondió con un cabeceo, mirando la incipiente barriga real.

El Rey estalló en carcajadas y abrazó a Renalkar, que se inclinó correspondiendo claramente incómodo.

– Vos siempre me dejáis en mal lugar, Majestad. Nunca sé si doy la talla. – Otra carcajada real llenó la habitación del trono durante un rato.

– JAJAJAJAJAJAjajajaa ¡Basta, basta! Se me rizarán las barbas de la risa y tenemos asuntos por discutir. – invitó con una mano a sentarse en una mesa de piedra ricamente decorada. – ¿Cuánto tiempo ha pasado ya desde la última vez? ¿Cinco años?

– Siete, aquella Feria de la Forja, en Kattak…

– Cierto, cierto. Te pasa como a mí, que si no me impongo a mis propios Guardias acumulo telarañas y años, con el culo pegado en ese trono. – rió Darin.

– Todos tenemos nuestros trucos para escaparnos de vez en cuando – alza una mano en señal de disculpa – Lamento no haber estado ahí en tu última escapada. ¿Estuvo mi General a la altura?

– Nada que lamentar por ahí, yo casi no llego a la Feria aquella vez. Y sí, estuvo correcto, aunque se nota que estaba nervioso. ¿Pongo nerviosos a tus soldados, amigo?

– ¡JA! Es mejor luchador que diplomático te lo aseguro, y estos asuntos lo tienen un poco descolocado…

– Extraño, ¿verdad? Están tan dispuestos a morir por nosotros que tenemos que atarlos en corto para que no hagan eso precisamente.

Renalkar Comellas asiente resignado y hace un gesto a uno de sus guardias, indicando el puesto de guardia al fondo.

– Me pregunto qué dirían si nos vieran ahora. !Echarían pestes, seguro!

– Creo que se lo tomarían con pragmatismo, algunos por lo menos.

– ¿Has traído el edicto?

– Y más… – Renalkar guiña un ojo a Darin, que se frota las manos.

Un soldado de su escolta trae un fardo y lo abre ante un Guardia, que asiente, lo toma y lo deposita con cuidado en la mesa. De él Comellas extrae un pergamino y una botella mientras Darin hace lo mismo de un gabinete cercano.
Ambos dirigentes desenrollan y comprueban que ambos documentos son traducciones frase por frase del otro.

– Casi he de agradecerles todo el ajetreo. Así puedo visitar a un viejo amigo, practicar mi khadum y beber genuina cerveza enana. – dice sonriendo Renalkar.

– Ah… mirando el lado bueno ¿e? – Señala literalmente Darin agitando un dedo. – Reconozco que ésta que sueles traer es muy buena. No es tan cargante al paladar como la que hacemos aquí.

– Lo auténtico es imbatible – levanta las manos en señal de derrota. – donde esté lo genuino… ¿firmamos antes o después? – pregunta mientras sirve dos copas de la botella que él mismo había traído.

– Primero un brindis, luego firmamos y después… hay un par de botellas para vaciar, unas historias que contar y mañana es otro día.

– Muy bien. – Renalkar concede levantando su copa. – El honor es suyo, Majestad.

– Gracias, excelentísimo Portavoz. Por nuestros gobernados, que hacen que nuestros dolores y cuitas valgan la pena.

– ¡Por ellos!.

Con un suspiro de satisfacción cambian las copas por plumas y firman ambos documentos, que enrollan y sellan con cera. Darin hace una seña a un Guardia y le alcanza aquel escrito en khadum, que viajará de mano en mano hasta el escriba real.

– En cuanto llegue, lo pondré personalmente en la sala del consejo, con copias ante notario por toda la ciudad…

– Muy bien, y ahora, terminado el asunto oficial, tenemos… siete años para recuperar. ¿En que estás metido, pirata?

Se hace saber como consecuencia de negociaciones y misivas entre ambos dirigentes, su Majestad Darin, Rey de Kheleb Dum y Renalkar Comellas, Portavoz del Consejo de Comercio de Anduar lo siguiente:

– Un cargamento de mercancias de gran valor, incluidos exquisitas tejidos y aromáticos espíritus, han sido donados por Anduar al Reino Enano De La Montaña, parte del cual va dirigido a la persona de su monarca el Rey Darin.

– Ambas ciudades recuperan relaciones diplomáticas anteriores a los últimos incidentes.

– Los fieles súbditos de Kheleb Dertaine y Rhomdur, en linea con lo anterior, recuperan su estatus y relación con la ciudad de Anduar.

– El General de la Guardia Nivrim Szhysszh, tambien en linea con lo anterior, recupera su estatus y relación con la ciudada enana de Kheleb Dum.

– Los fieles súbditos de Kheleb Durgan y Ghyrduana, ven su situación legal con respecto a Anduar revisada: La Guardia Nivrim no les permitirá paso, pero mantienen la perspectiva de vigilar sus acciones de cerca con vistas a reintegrar los permisos debidos de paso y comercio ( estatus -500 )

– El enterrador de Anduar, cuya posición permitía interceder ante la Guardia Nivrim en casos leves no arriesgará tal posición para ayudar a individuos marcados y especialmente vigilados por la misma.

– Ambos dirigentes acuerdan recuperar las festividades y actividades comerciales entre ciudades, especialmente la “Feria de la Forja”, a la mayor prontitud.

Documentos originales firmados y sellados han sido depositados en los Archivos correspondientes, y copias notariales han sido expuestas para divulgación en ambos reinos.

P.D. – Los Gestores de Juego revisarán estado y cumplimiento del acuerdo en sus puntos detallados, haciendo correcciones o reprensiones en caso de hacer caso omiso a las condiciones expuestas.