«Derek… ¿eh?» – Nogare se humedeció los labios pausadamente. – «Estamos muy poco acostumbrados a ver por aquí a gente del sur.» – Volvía a mostrarse seguro o al menos lo aparentaba con sus actos. Dio un par de pasos hacia a delante y se ajustó su alargada casaca de piel. Aquella casaca era negra con unos refuerzos de cuero en la doble solapa de la parte central, muy común en las prendas de calidad confeccionadas de esa manera para cerrarse cómodamente y poder resguardarse del frio a la misma vez que otorgaban una figura de aspecto altivo y autoritario. – «Y menos aún a ver a gente de… Zumelzu.»

«No quiero tener ningún tipo de conflicto con tu… llamémosle, colectivo.» – Parecía que aquella mentira había surtido su efecto y puede que aun tuvieran una oportunidad de salir de aquella situación. – «Sin embargo como podrás percibir mi joven extranjero, no estamos en Zumelzu.» – Nogare continuaba avanzando lentamente hacia ellos y tras de él sus temibles guardaespaldas. Una extraña pareja de humanos que de seguro serían más que capaces de despedazar a cualquiera que osara aproximarse a más de un metro de distancia del alcalde sin el consentimiento del mismo. – «Estas tierras pertenecen a Greyborn, o lo que es lo mismo, me pertenecen… A MI.» – Nogare detuvo su paso y se agarró ambas solapas de su casaca mientras mantenía la mirada fija en él. – «Derek, esta situación es muy incómoda, si… Un pueblo en llamas. Una veintena de hombres de Greyborn imponiendo su… criterio sobre campesinos que no pagan sus impuestos… Tú y tu grupo de aventureros en el lugar equivocado, en el peor momento. Una niña pequeña que llora desconsolada…» – Su voz ya no temblaba, volvía a sonar firme, temible.

Podía ver perfectamente como los ojos del alcalde lo miraban directamente, sin pestañear, mientras una sonrisa pérfida empezaba a dibujarse en su rostro.

«Así que a mi modo de ver… Derek.» – Cada vez que decía su nombre, remarcaba notablemente su acentuación y el joven humano sentía ilusoriamente como un puñal se le clavaba. – «Tú y tu grupo solo podéis hacer una cosa ahora.» – Tan solo la manera en que Nogare pronunciaba aquellas palabras ya helaba el corazón. Sofocaba toda chispa de esperanza, ahogándola en crueldad y miseria en estado sólido. Y sin embargo, aquellas palabras en aquel momento eran lo único importante. – «Daros la vuelta por donde habéis venido y dejar de meteros en mis asuntos.» – Allí era donde Nogare brillaba con la crueldad propia de un demonio. – «Quedaos… Y compartiréis el mismo destino que esta gente.» – En aquel instante todas las historias sobre el sádico alcalde cobraban vida y se volvían tangibles. Nogare dio un paso al frente y elevo la voz. – «¿Me habéis escuchado?» – Aquella era la ley de Greyborn. La dura realidad que sometía la vida en toda aquella zona al sudoeste de Liberta.

Finalmente y tras una pequeña pausa, Nogare miró directamente a Derek y sentenció. – «¿Me has escuchado… Derek?»

Aquel bastardo no había dejado lugar a dudas ni margen a cualquier negociación. Los seis podrían salir de allí vivos y… libres, algo que según contaban no solía ser la norma después de un encuentro con Nogare. Pero no podían esperar lo mismo para los supervivientes de aquel pueblo. Un destino que únicamente tenía dos caminos posibles, la muerte por el filo del acero de Greyborn o la esclavitud eterna, ya fuera en los campos de esclavos de la ciudad para los hombres o los burdeles en propiedad del alcalde para las mujeres y niñas.

Derek percibió tras de sí una maldición envuelta en un leve murmullo. Rhael y Azarov estarían pensando exactamente lo mismo que él en aquel momento. Y solo esperaba que este último mantuviera la boca cerrada y no soltara ninguna de sus típicas estupideces. No era la primera vez que se veían envueltos en una pelea por un mal comentario del mago-guerrero y aunque en las otras situaciones habían salido victoriosos, las posibilidades de que todos salieran de esta con vida eran mínimas. No. Eran completamente nulas.

El humo de las llamas que asolaban los restos de las casas de aquel lugar se le metía en los ojos, haciendo que le picaran hasta límites insospechados mientras aquel sabor metálico le inundaba toda la boca. ¿Que era aquello? ¿De dónde venía aquel sabor? ¿Pudiera ser que la tensión y el miedo se hubieran materializado en su boca inundándola con aquel sabor? No. Era algo distinto… Metálico y amargo a la vez. Algo que conocía… Era sangre.

Cuando se dio cuenta de la situación, Derek dejo de ejercer fuerza con su mandíbula al tiempo que tomo una ligera bocanada de aire de modo que sus dientes liberaron la carne de sus sangrantes labios. La rabia y la ira producida ante el destino de aquellos pobres le habían hecho, inconscientemente, morder con una fuerza incontrolable. Algo a su entender mucho más sensato que replicar las palabras de Nogare con cualquier comentario estúpido.

Las palabras del alcalde aun resonaban en su cabeza. – «¿Me has escuchado… Derek?»

Derek… Derek… Derek…

«¡Joder Derek! ¿Me estas escuchado? o ¿Tengo que partirte las piernas para que me des una maldita respuesta?» – La voz de Lesfora sonó rotunda por todo el despacho y tras unos instantes Derek pareció despertar de sus pensamientos.

Volvía a estar en Keel… en el despacho de Lefora, con la tenue luz de las velas sobre su escritorio arrojando una débil luz alrededor como era de costumbre en las oscuras noches de Naggrung. Lesfora estaba sentada en su butaca de piel, mirándolo con una expresión atónita en la que se podían percibir los primeros indicios de la cólera que la caracterizaban.

Derek sacudió rápidamente la cabeza mientras Lesfora se levantaba y daba un par de pasos hacia él. – «¡Derek! ¡Te necesito despierto aquí y ahora! ¡Necesito que soluciones los problemas con la Lonja!» – La molestia en su voz era claramente palpable, aunque en aquellos momentos Derek no sabía si era porque Lesfora tenía que repetirle otra vez sus ideas, algo que en raras ocasiones hacía, o por la preocupación de la mujer por aquel nuevo asunto de Keel. – «¡Necesito que busques a alguien que pueda gestionar ese lugar. Se mueve una gran cantidad de dinero en el puerto gracias al maldito pescado…» – Derek asintió a cada frase de Lesfora intentando parecer atento pero no podía recordar la conversación que acaban de tener con ella. – «… Y quiero tenerlo controlado. Quiero sacar partido con cada maldito boquerón que se venda…» – Lesfora golpeaba con el puño la palma de su mano con el nombre de cada pez. «Con cada carpa… con cada escurridiza anguila. ¿Entiendes?»

Derek volvió a asentir una vez más antes de que sus palabras confirmaran lo que su cuerpo intentaba trasmitir. – «¡Así lo haré! Buscaré a alguien para la Lonja.» – Derek recupero su porte habitual y levantó lentamente la barbilla para mirar a Lesfora. – «Últimamente hay gente nueva por la ciudad, marineros, mercaderes, algún que otro sujeto peculiar… Puedo hacer algunas preguntas por el puerto.»

Lesfora se apoyó en su escritorio y dejo descansar los antebrazos en el pomo de los puñales que colgaban de su cinturón. – «Tienes una semana para buscar a alguien y Derek…» – Las miradas de ambos humanos se cruzaron directamente en la oscuridad. – «No quiero que lo intentes. ¡HAZLO!»