«¿Y quien eres tu?» – La voz de Nogare sonaba cada vez más áspera y en sus palabras empezaba a notarse cierto resquemor hacia el humano.

«Soy Derek y vengo de las tierras del sur.» – Derek sabia que tenia que manejar aquello con cuidado… Él y los demás solo tenían una oportunidad… – «Vengo del puerto de Zumelzu…» – Parecía que las palabras de Derek habían hecho mella en el alcalde de Greyborn, puede que aún pudieran salvarse. – «… y la verdad es que no se como haceis las cosas aquí pero en Zumelzu… » – Tenía que jugárselo todo a una única carta. Era todo o nada, como siempre. – «… ni siquiera Los Garzas no actuamos así.»

Las palabras de Derek golpearon a Nogare, quien durante un instante pareció mostrarse atemorizado por ellas. Sus guardaespaldas, cruzaron miradas ante la duda de su líder y las puntas de las armas que empuñaban parecieron descender durante unos instantes.

Derek podía sentir su corazón latiendo descontroladamente en su interior, como una manada de caballos desbocados apunto de escapar de su cautiverio. Sus nudillos estaban completamente blancos, cerniéndose con fuerza alrededor de la empuñadura de la daga que guardaba en su vaina. Azarov y Rhael estaban tras él, podía escuchar perfectamente sus respiraciones. Y aunque no podía girar la cabeza para comprobarlo, suponía que los demás, Francis, Bastian y Rin estarían algo más atrás, preparados para cualquier cosa.

La niña aun gimoteaba tirada en el suelo, abrazada a su anciano abuelo en un intento inútil de salvarlo. Junto a ambos, dos de los hombres de Nogare mantenían sus armas apuntando al anciano, a la espera de la orden del alcalde para asesinarlo. Derek podía percibir de reojo el destello de la luz en esas armas. Le quemaba por dentro, consumiendole. Sabía que no iba a poder poder salvarlos. Puede que no pudiera salvarlos a ninguno. Puede que ellos mismos ya estuvieran condenados.

Más de treinta hombres los mantenían rodeados. Todos ellos eran mercenarios de Greyborn y acababan de masacrar a todo el pueblo en el que se encontraban. Derek respiraba profundamente. El aire que les rodeaba estaba impregnado de un profundo olor a quemado y a sangre que podía percibir a cada bocanada de aire que entraba en sus pulmones. Pero a pesar de todo mantuvo la mirada fija en Nogare.

Nogare era el alcalde de Greyborn, controlaba a todos esos malditos sanguinarios. Todas aquellas tierras ahora le pertenecían y las dominaba a base de miedo y sangre. Ni siquiera la gente de Liberta se atrevía a intentar detenerlos. Ni siquiera ellos… y desde luego, una mentira no podría detenerlo. Ni a él ni a todos los mercenarios que los rodeaban.

La tensión que se había mantenido durante apenas unos segundos se rompió cuando Nogare se sobrepuso y respondió ante las palabras de Derek…