Hacía muchos años que no contemplaba aquel abismo. A sus pies solo había oscuridad. La oscuridad más impenetrable que puede llegar a ver un ser de la superficie.

Su bota se alineó con el borde del abismo y por la presión de su peso, una pequeña roca se desprendió y cayó hacia la oscuridad. Sus ojos de humano, no le permitieron ver el descenso de la piedra, simplemente la negrura de aquel abismo la engulló. Uno, dos, tres… hacía muchos años que no había pisado aquellos túneles… siete, ocho, nueve… ya ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez… trece, catorce, quince… sin saber por qué su corazón volvió a acelerarse una vez más… diecinueve, veinte, veintiuno… la adrenalina, la emoción, la euforia… veinticinco, veintiséis, veintisiete… la ira… treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres… la piedra ya debería de haber llegado al fondo.

A pesar de que no era la primera vez que lo hacía, uno nunca llegaba a prepararse para saltar al vacío. Instintivamente, el humano, se llevó la mano hasta el pomo del puñal colgado de su cinturón, simplemente para comprobar que estaba allí, que aún seguía con él. Y tras un segundo conteniendo la respiración, dio un paso hacia delante y saltó al vacío. Uno, dos, tres… la velocidad y la aceleración eran notorias envolviendo por completo el cuerpo del humano… siete, ocho, nueve… resultaba increíble como podía llegar a existir algo tan profundo bajo kilometros y kilometros de las piedras y rocas de la cordillera… trece, catorce, quince… a su alrededor, la oscuridad absoluta lo envolvía todo mientras caía… diecinueve, veinte, veintiuno… cerró los ojos para concentrarse mientras la presión provocaba que su conciencia intentara huir de su mente… veinticinco, veintiséis, veintisiete… !Noooo! El grito de la mujer elfa recorrió su mente… treinta y uno, treinta y dos…

Unas palabras apenas imperceptibles salieron de los agrietados labios del humano e instantáneamente un aura mágica lo envolvió. La desaceleración era la peor parte. En un instante una increíble fuerza pareció tirar de él, como intentando arrancar su alma tirando de ella hacia la superficie mientras su cuerpo se mantenía prácticamente quieto, inmóvil, flotando en el aire. Sus párpados, cerrados con fuerza como medida de precaución ante la frenada mágica, volvieron a abrirse para contemplar a su alrededor. Tras unos segundos observando, el humano sonrió al percibir cómo sus poderes innatos le permitía descender lentamente hasta posarse suavemente sobre el fondo del abismo.

Un polvo grisáceo recubria las pulidas losas de la caverna y a cada paso, las huellas de sus botas marcaron para la posteridad el camino que estaba siguiendo. Por encima de él no había nada… solo oscuridad. La misma oscuridad por la que había estado cayendo sin remedio instantes atrás. Cualquiera podría haber dicho que aquel sitio estaba en el exterior y aquella era una de las noche mas cerrada… se equivocarían.

Hacía frío. Allí siempre hacía frío. A pesar de estar en las profundidades de la tierra el frío helado de Naggrung llegaba hasta allí abajo. Hasta el mismísimo abismo.

Los pasos del humano lo llevaron con decisión hacia su destino. Allí delante, poco a poco se empezaba a deslumbrar la fachada de aquel… lugar. Las mismas dos antorchas seguían iluminando levemente aquel camino… aquella entrada. La negra piedra de la montaña había sido esculpida en una gigantesca fachada, perfecta, armoniosa, con grabados que representaban el pasar de las eras. Aquella… obra y a esa profundidad sólo podría haber sido realizada por un gran poder mágico que sin duda escapaba a las manos mortales.

Un enorme arco delimitaba la entrada a aquel sitio. Resplandeciendo ligeramente unos grabados inscritos en la negra piedra mostraban un mensaje en un idioma ya olvidado. El humano nunca había sabido su significado y probablemente nunca lo sabría. En uno de los nervios del arco, decrépito y envejecido un anciano dormía apoyado contra la piedra. Él… él siempre estaba allí… esperando, protegiendo la entrada.

El humano avanzó con paso decidido hacia la entrada. El sonido de la firmeza de sus pasos contra las losas de mármol resonaron por toda la caverna. Pero justo antes de entrar, la voz grave del anciano detuvo al humano, impidiéndole el paso al interior. Los ojos del viejo ni siquiera se abrieron para mirar al nuevo visitante. Su voz era muy grave, ronca, profunda y a la vez envuelta en un frío intenso que penetra en tu interior al escucharla.

– ¡Mortal! Ya conoces cual es el pago por entrar.

La tenue luz que arrojaban las antorchas, iluminaron la cabeza del humano cubierta por aquella capucha que inundaba su rostro de oscuridad. Apenas se percibió el apagado brillo de la sonrisa del humano cuando este sonrió ante las palabras del viejo. Con un movimiento sereno, el humano movió su brazo derecho y metiendo la mano en una alforja, sacó algo que entregó al guardián anciano.

Los ojos del viejo se entreabrieron levemente para contemplar el presente del invitado mientras el sonido de los pasos del humano se perdía en el interior.