En crónicas anteriores…

noticias historia 362: El segundo despertar de Ralder
noticias historia 364: ¡Victoria o muerte! (parte 1)
noticias historia 365: ¡Victoria o muerte! (parte 2)
noticias historia 366: La caída del trono de raíces (parte 1)
noticias historia 367: La caída del trono de raíces (parte 2)

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La potencia del bramido de rabia desbordada del Gargante Sangreverde sacudió las copas de los árboles del Bosque de Wareth, haciendo que las aves alzasen el vuelo.

— ¡Ahora mismo volveré ante ese engendro y haré mío ese bosque, sin que nadie pueda detenernos! —sentenció Ralder.

Shihon se postró ante la forma de Ralder, aquél al que llaman ‘El Gargante Sangreverde’ o el Simbionte. Aquel en quien ahora vivía la esencia de Naphra, su Deidad patrona, La Dama Verde y Custodio —en tiempos ha— de las plantas de Eirea.

Antes de responder, el elfo aguardó a que el denso olor a muerte emanado de las fauces del depredador supremo de Eirea se disipase en la brisa nocturna, con la esperanza de que aquellos instantes de silencio atenuasen también, siquiera un poco, la furia de su dios.

— No, mi Señor. Izgraull, en un solo día, ha convertido el Bosque de Cristal, lo que antes era un bosque petrificado de hielo cristalino, en vida natural. Tal milagro le ha proporcionado muchísimos seguidores y su poder ahora mismo es inmenso, nutrido con la fe de sus adeptos.

Del lomo del Gargante brotó una vid coronada por el rostro deformado de la antigua diosa élfica, que comenzó a hablar con una voz átona a la par que serpenteaba por encima de la espalda de su huésped.

— Necesitamos conseguir adeptos, pues tanto tú como yo estamos muy debilitados sin ellos —dijo—. Yo solo tengo a Shihon, tras el abandono de mis demás seguidores.

Otro rugido, más fuerte que el anterior, provocó un terremoto que pudieron sentir hasta los habitantes de Ysalonna. Sin embargo, a diferencia del anterior, este estaba lleno de contrariedad y enfado.

— ¡Adeptos! —rugió el gargante— ¡No necesito a unos cuantos adoradores que me rindan pleitesía! ¡Con la esencia de Naphra en mi interior tengo poder más que suficiente para hacer pagar su afrenta al Hijo de Osucaru!

— ¡Ralder! —interrumpió la voz hueca de Naphra— ¡Nuestro poder es insuficiente! ¡Mientras que nosotros solo hemos recuperado parte de nuestra energía durante este tiempo, todo el panteón de los dioses se ha hecho infinitamente más fuerte gracias a la devoción de millares de adoradores! ¡Debemos ganar más poder! Ya has oído al oráculo: la guerra se avecina.

Ralder apretó con fuerza sus poderosas mandíbulas mientras procesaba aquellas palabras, intentando mantener el control sobre su legendaria rabia. La mirada de su media docena de ojos era furibunda, sus garras en tensión cavaban surcos en el suelo, y su morro temblaba con un tic espástico que dejaba entrever fugazmente sus interminables hileras de colmillos. Justo cuando su ira estaba a punto de rebosar como una olla al fuego y desatar un nuevo tsunami de destrucción sobre los Reinos, se percató del cuerpo postrado de Shihon y de algún modo aquello le hizo considerar que quizás su otra mitad tuviese razón.

Nunca había tenido interés en participar en las intrigas de los dioses y Gedeon se la había jugado bien al involucrarle en sus juegos. Aún recordaba cuando el viejo augur le manipuló como si se tratase de un mocoso incrédulo, ¡como si no fuese más que un instrumento desvencijado que pudiese tocar a su placer! Eso no volvería a suceder. Por suerte, Naphra sí parecía estar más que sobradamente preparada para la intriga. Herencia de su pasado élfico, sin duda.

— Muy bien, tienes razón —concedió Ralder—. Sin embargo, ¿cómo pretendes que consigamos adeptos? Si, tal y como dices, ese engendro aberrante ha conseguido a millares de adeptos en un solo día…

— Nosotros no tendremos que descongelar ningún bosque, mi anfitrión —interrumpió Naphra—. Los grandes milagros son muy espectaculares y, usados con mesura, efectivos en atraer la fe de los mortales, pero jamás ningún dios ha sustentado su posición en el panteón en una cadena interminable de ellos. Sería demasiado costoso. No, son las acciones de los propios fieles quienes abonan el sustrato y hacen crecer una religión. Por las acciones de mi más fiel adepto, conseguiremos a millares de seguidores, sobre los cuales caerá nuestra bendición y favor. Con su adoración nos haremos fuertes, y nadie en el panteón podrá vencernos tan fácilmente. Además, si yo recupero parte de mi poder, seré capaz de influenciar de nuevo a aquellos pueblos que me adoraban en la Segunda Era. Shihon, álzate.

Al escuchar su nombre, Shihon se reincorporó con la cabeza gacha, sin atreverse a mirar directamente a ninguno de los seis ojos del Gargante Sangreverde, los cuales seguían fijos en él.

— ¡Mírame, mortal! —rugió Ralder—. Como has escuchado, necesitamos mas adoradores y seguidores para nuestra causa. Por lo tanto, a ti te encargo la búsqueda de fieles que quieran unirse a nuestro credo. Habrás de ser muy selectivo en tus pruebas, pues no aceptaré entre mis seguidores a débiles, a pusilánimes ni a renegados incapaces de seguir nuestro dogma.

Y, con estas palabras, el gargantuesco avatar del Simbionte flexionó sus cuartos traseros y saltó por encima de Shihon, perdiéndose en el firmamento de camino a algún otro lugar de Eirea.