La multitud de velas colocadas en la gran lámpara de araña que colgaba del centro del techo arrojaba luz en todas las
direcciones, provocando que cientos de sombras surgieran de la figura del humano alargandose por todo el piso mientras
avanzaba decidido por el recibidor. En las paredes varios tapices que colgaban del techo eran testigos del lento paso de
los años, mostrando a los pocos visitantes que pasaban por allí, detallados y lujosos bordados de grandes héroes y
dioses de todas las eras.

El humano llegó hasta los grandes portones de obsidiana que cerraban el fondo del recibidor. La obsidiana había sido
delicadamente tallada con la forma de dos puertas de casi cinco metros de altura y sin duda cumplian perfectamente su
mision de impedir el paso a aquellos que no fueran merecedores de abrirlas.

Con un rápido movimiento, el humano apartó su capa para poder moverse más cómodamente y apoyó su mano derecha sobre una
de las puertas de obsidiana. Dejando por instantes que la paz y la serenidad inundaran su cuerpo, el humano concentró
toda su energía y la transmitió a través de su brazo hasta la yema de sus dedos para empujar la puerta.

Debía de estar tranquilo… relajado. Pero últimamente algo tan simple como aquello le era imposible. El rostro de
ella… su dulce rostro volvía con más frecuencia a su mente. Una y otra vez… acercándose, aproximándose,
deshaciéndose brutalmente en sus pensamientos hasta convertirse en una masa de carne sanguinolenta.

Ira… rabia y… venganza. El humano empujo con toda su fuerza y voluntad.

Después de unos segundos y tras realizar un esfuerzo sobrehumano, un sonoro crujido indico el inicio de la apertura de
la puerta, la cual se movía lentamente sobre sus bisagras mágicas. Parte del polvo acumulado sobre la puerta, se
desprendió con el movimiento y cayó sobre la capucha del humano. El polvo se deslizó como gotas de agua sobre la extraña
tela de la capucha y parte de él llegó a caerle sobre el rostro, dejando entre ver, solo durante un instante las formas
de su rostro.

La puerta se movió lentamente hasta abrirse por completo. El humano realizó un ligero movimiento con su hombro derecho y
su capa volvió a deslizarse sobre su cuerpo, otorgándole de nuevo su aspecto normal, una sombra poco definida moviéndose
entre la oscuridad. Sus piernas volvieron a ponerlo en movimiento, cruzando rápidamente el arco de las puertas de
obsidiana. Una corriente de aire procedente del interior se había formado tras la apertura de la puerta y se dedicaba a
mover caprichosamente las lenguas de fuego de los candelabros, que iluminaban la sala.

Allí, en aquel lugar. Frente de él, nacían los incontables pasillos de la mayor biblioteca jamas creada. Posiblemente
hileras de miles de estanterías avanzaban por aquellos larguísimos pasillos hasta terminar en algún lugar en cual ni
siquiera la más aguda de las vistas podía llegar a vislumbrar. La sola visión de aquella biblioteca sobrecogía el alma
de cualquier mortal convirtiéndola en algo ínfimo… minúsculo… irrelevante. Vacío.

El humano no pudo evitar volver a contemplarlas durante un instante. Allí… posiblemente se encontraba recogida toda
historia que alguna vez fue contada. La historia de los grandes héroes de Eirea… de los mortales y de los mismísimos
dioses. Todo el conocimiento y la sabiduría recogida en un mismo lugar, a lo largo de los años… de los siglos… de
las eras, e incluso probablemente alli tambien estuviera recogido todo aquello que nunca fue escuchado ni mentado. Todo
lo olvidado.

La sola idea de poder acceder a todo ese conocimiento, podría llegar a matar de locura al más poderoso erudito. Aquel
conocimiento no estaba al alcance de cualquiera y por supuesto, aunque llegara a acceder a aquella biblioteca,
cualquiera no sería capaz de conocer todos los secretos que allí se guardaban.

El humano paseó lentamente por enfrente de los pasillos, sintiendo la gélida atracción de conocimiento que albergaban
los miles de libros que allí se guardaban. Pero no era ese conocimiento el que buscaba. Sus pasos le hacían rodear el
gran mosaico que componía el suelo de la entrada. Cientos de minúsculos azulejos componían aquel mosaico, brillando con
la luz de los candelabros, sin desgaste aparente, sin una mota de polvo, como si nadie los hubiera pisado en cientos de
años.

El mosaico representaba un feroz enfrentamiento. Plasmando con apagados colores la característica plaza central de
Anduar. Una plaza que resultaba familiar y cercana, pero sin embargo para nada igual a la plaza de Anduar que todo el
mundo conocía. Ni siquiera el humano conseguía recordarla así. En el centro de la plaza, infinidad de soldados
pertenecientes a diferentes ejércitos y razas forman un círculo, alrededor de los guerreros, permanenciendo absortos,
expectantes y atónitos al combate que trascurría en el centro. Uno de los guerreros, con una rodilla hincada en el suelo
intentaba extraer su espada que había quedado clavada en el tronco de un árbol caído. Una bruma de oscuridad parecía
estar envolviendolo mientras en su rostro empezaban a notarse muestras de angustia. A su lado otro poderoso guerrero, su
rival, se disponía a dar el golpe definitivo.

A pesar de que no era la primera vez que contemplaba aquel mosaico, el humano volvió a contener la respiración ante la
escena que presenciaba. Esperando, atónito al igual que el ejército que rodeaba a los combatientes, a que el arma del
guerrero en pie sellará el destino de aquel combate. Sin embargo, por más que esperara y contemplara la escena, el arma
no bajaba.

El humano reanudo su marcha y sus pasos lo alejaron de aquel mosaico, adentrándose en uno de los corredores. Sus
pisadas, a pesar de la firmeza característica de su paso, no emitían sonido alguno, manteniendo a la biblioteca sumida
en un silencio sepulcral que nada lo interrumpía.

Poco después se encontraba otra vez delante de aquella puerta, sencilla, sin ninguna decoración, grabados o
inscripciones. No tuvo que llamar, la puerta estaba entreabierta. Alguien lo estaba esperando.