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    • El ojo de Argos512
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      En un principio, las circunstancias del nacimiento de Eriloin no fueron claras, ni para él mismo. Lo único que se sabe de todo aquel asunto, es que sus padres lo abandonaron. Se sospecha, sin embargo, que tal dejadez no fue intencionada. De haber permanecido con aquella que le trajo a Eirea, habría corrido un destino horrible, concebible tan solo por los orcos más crueles, pertenecientes a la horda negra y al cuarto nivel de la inexpugnable fortaleza, situada junto al volcán de N’argh. Aquella en la que se decía, que un dragón aguardaba, agazapado entre los balcones, deseoso de gruesa, tierna y abundante carne sacrificable. Hoy en día, no obstante, se sabe que los rumores de la existencia de un wyrm negro en Golthur no son habladurías. Por lo contrario, se han demostrado absolutamente ciertos. Peores, incluso, de lo que narraban los mitos. Tanto, que cientos de dragones, de misma especie, han ocupado el lugar de los cuantiosos antecesores que morían, a manos de algún grupo de héroes, más cotidiano que ocasional.

      Y es que una de las semi-elfas del harén, en el que tantos caprichos mundanos se habían satisfecho, por parte de los más desalmados empaladores, dio a luz. A un hijo, que a nadie resultó de agrado. Se desconoce quién rescató al recién nacido, del atroz destino de ser disuelto y devorado por un dragón, o el de ser empleado como diana de tiro para los ballesteros más novatos. Lo único que se comprende de la identidad de aquel salvador, es que fue un orco. Sí. Uno de los antiguos miembros de la horda, osó proteger a un recién nacido, mas nada se llegó a discernir en lo relativo a aquel asunto. Seguramente, el valeroso habrá caído en algunas de las acostumbradas disputas, que con total salvajismo se llevan a cabo en los reinos aduladores de Gurthang.

      El pequeño fue llevado al bosque de Wareth. Foresta que le acogería como un refugio. Pasaron tres días, junto a sus tres noches. Sorprendentemente, ni un solo oso se vio con cuerpo, como para hincarle el diente a alguien tan indefenso. Tan vital, para el ciclo de la vida que en un futuro trataría de preservar.

      ¿Disuasión animal? Tal vez. Tales fueron las primeras manifestaciones de su magia natural. Una que, por mucho que crean los seguidores de Eralie o Izgrrawll, no proviene por completo de los designios divinos.

      Fue acogido por un grupo de druidas, pertenecientes, o no, al círculo del simbionte. Tal dato se desconoce,. Pasó su infancia y madurez entre maestros en diferentes esferas de la magia clerical y natural. Aprendió de los secretos de los bosques, tan hermosos como peligrosos. Y es que el verdor, por muy bello que pueda llegar a ser, no se haya exento de crudeza. Tan común es el observar, algo tan emotivo como un nacimiento de crías en una manada de lobos, como puede descubrirse a un pequeño saltamontes, devorado súbitamente por una araña espada, que como mucho dejará un pequeño charco rojizo, como prueba de la reciente cacería.

      Durante años y años de estudio, fue comprendiendo las aplicaciones de la energía que se alojaba en su interior. Hechizos ofensivos, de cuyas aplicaciones llegó a conocer, si bien no demasiado, sí lo suficiente como para alejar, e incluso herir mortalmente, a quienes desearan perturbar el equilibrio. Potentes sortilegios sanadores, en los que destacaba por encima de cualquiera de sus amigos. Practicó, durante años, la especialidad de la polimorfia, llegando a empatizar con muchos de los animales del entorno al mimetizarse con ellos. Sin embargo, tal habilidad aún se le resiste.

      Destacó, como no, en sus relaciones con los espíritus más protectores del ciclo. Llegó a conocer, en profundidad, las fortalezas, debilidades y emociones de quimeras, pastores de árboles y sátiros. Los últimos, conocidos por el pueblo, como bardos de la lírica salvaje.

      Cuando se hubo considerado listo, como para dejar atrás el bosque que tanto le había ofrecido, partió hacia lo desconocido. Montado en su acechador sangre verde, fue recorriendo la senda de Galador a Anduar, haciendo retroceder a los asaltantes que trataban de interponerse en su camino. Los más agresivos, recibieron el dulce abrazo de los relámpagos, o el veneno de un aguijón mortal, que difícilmente podría pertenecer a este mundo.

      Sin prisa, y entre parones de tiempo considerable, fue recorriendo aquel sinuoso camino, junto a su fiel montura y compañera. Parándose en cualquiera de las zonas de sabana que encontraba, observando el entorno, con ojos bondadosos, tranquilos y sabios. Puede que demasiado, considerando su relativa juventud por aquellas fechas.

      Fue testigo, en multitud de ocasiones, de conflictos entre adoradores de seldar y Eralie. Miles de espadas entrechocaban en algún lugar, a pocas leguas de distancia. Ocasionalmente, en algún lateral del sendero, a menos de cien metros de su posición. Produciendo tintineantes ruidos de metal contra metal. De hierro contra hueso. De acero contra carne cortada, cuan filete que uno va a servirse tras cocinarlo en una hoguera. Todos ellos, de lo más incómodos y escalofriantes, acentuados en intensidad por los lejanos aullidos de los heridos y mutilados. El hedor de la sangre y las heces de los muertos le alcanzaba, aun con sutileza, arrastrado por el viento boreal. Destellos policromáticos, seguramente de origen arcano, estallaban el no tan lejano horizonte, cuando tan solo las lunas y estrellas alumbraban el negro cielo y los empedrados caminos, bañados en grisácea penumbra. Y así es como los estúpidos fanáticos manifiestan su impulsivo fervor. Atentando contra su propia integridad. Las únicas muertes que carecen de lógica alguna, son las producidas por seres, que bien podrían entenderse, si fuesen capaces de desprenderse de su radicalidad y egocentrismo, mas no es la responsabilidad de eriloin el detenerlos. Al fin y al cabo, tampoco podría hacerlo. Suponía que todo aquello, de un modo u otro, respondía a los designios de Ralder, indiscutible gobernador, y servidor, de la furia animal. tarde o temprano, la selección natural jugaría sus cartas, y el equilibrio se restablecería. La cuestión era: ¿cuántos tendrían que perecer hasta entonces?

      Ofreció alimentos y curación a los pobres que lo necesitaran, incluyendo perros y gatos callejeros, abandonados por aquellos que eran incapaces de cuidarlos como es debido. Volvió a partir, de nuevo hacia el sudeste, y tras atravesar las colinas de Ostigurth, al fin la alcanzó. Anduar, la ciudad del comercio. Aquella en la que, poco a poco, conocería a los que serían sus amigos y compañeros de aventuras. Un ejemplo claro de ello es su amistad con el sabio druida Fornieles, con quien participó en uno de los múltiples asaltos contra la plaga de arañas malditas de Thorin, o los lazos que han empezado a forjarse entre Zaythisa Mulk y un servidor, en recientes incursiones contra el imparable crecimiento de plantas malditas, organizadas a las afueras del anárquico asentamiento de los goblins. Escurridizos seres, que sin temor alguno por los riesgos de derrumbe, han optado por instalarse en la derruida torre negra.

      Descubriría, con el tiempo, que no solo los conflictos mundanos amenazan el ciclo de la vida, tal y como lo conoce. Llegaría a ser consciente de la existencia de los muertos vivientes. No hablamos de aquellos que los nigromantes invocan por un motivo concreto, antes de incitarlos a regresar a quién sabe qué otro mundo del que provienen, sino de aquellos resucitados por una influencia etérea, desconocida y probablemente oscura. Muy oscura. Por supuesto, averiguaría, mediante rumores, en un principio, y a través de la propia experiencia, en su momento, que los demonios, elementales y la mayoría de dragones aguardan su momento para reducirlo todo a cenizas y polvo.

      Rol:

      Eriloin es de espíritu sosegado y pacífico. De emociones controladas. No por frialdad, sino porque no acostumbra a sufrir estallidos de euforia, ni caídas de ánimo importantes. Digamos, que es bastante estable. Considera que todo tiene una razón de ser, como bien le explicaron sus más allegados maestros druidas. Hasta los peores destinos, tarde o temprano, pueden hallar un final satisfactorio. Tal convicción es la causa de su acostumbrada tranquilidad. Ello no implica que sea débil de carácter, ni mucho menos. Aquellos que traten de hacerle daño, a él, o a sus amigos, pagarán su justo precio. De igual modo, se alzará en armas y conjuros contra todo aquello extraplanar que, sin muestra alguna de arrepentimiento, perturbe el equilibrio de la vida.

      Se muestra dispuesto a ayudar en aquellos asuntos, que no impliquen intervenir abiertamente en un conflicto de los que entiende absurdos, irrespetuosos con el ciclo de la vida. Sin embargo, jamás sobreexplotará los bosques y demás entornos de verdor. Bosques, selvas, páramos y mares que admira y respeta. Los dominios del todopoderoso. Terrenos, que jamás deberían haber sido maltratados por la mano del hombre. Refiriéndose, con el término “hombre”, a una concepción extensiva del mismo que, sin duda, abarca a todos los seres humanoides de Eirea, dotados de un mínimo de raciocinio.

      Ninguna es su ciudadanía. Pertenece a los bosques. A su señor. Ante todo, a sí mismo. Quizás, El Círculo del Simbionte sea lo más cercano a un hogar, mas al no haber sido específicamente criado por el gremio, tampoco podría afirmar tal cosa.

      En cuestiones religiosas, Eriloin es un fiel adorador de Ralder, de cuya influencia se ha impregnado a lo largo de sus años primigenios. Tal corriente de creencias no le impide, sin embargo, el relacionarse con cualquiera de los adoradores de panteones alternativos, e incluso opuestos, siempre y cuando no sean un peligro para él o para los suyos. Elogia, respeta y comprende la naturaleza, en toda su expresión. Ni siquiera los actos más salvajes que pueden hallarse en la misma le perturban. Todo tiene una razón de ser. Tal fue, es y será su máxima, pues no hay hecho más indiscutible en todos los planos de existencia. No hay saber más puro que tal, ni satisfacción más poderosa, que la de pertenecer al mundo de los que, simplemente, son. Los deseos carnales jamás se han manifestado en él de ningún modo. NO aborrece aquellos que practican el acto, mas tampoco comparte la fascinación de los que puedan sentir cualquier atisbo de lujuria, por muy motivada que tal pueda ser, debido a algo tan simbólico y emotivo como el amor. Algo que, de modo similar, ha experimentado con sus mentores y amigos, en su vertiente más espiritual. Tampoco le atrae el poder, ni las riquezas desorbitadas, más allá de las que sean necesarias para obtener equipamiento, que le facilite la consecución de sus propósitos.

      Objetivos:

      Eriloin luchará contra todo tipo de criaturas que amenacen el equilibrio natural. Tal decisión supone colaborar en multitud de partidas de exterminio de demonios, espectros, elementales peligrosos y dragones. A tal efecto, es probable que acabe aliándose a alguna organización, destinada única y exclusivamente a combatirlos.

      Desde su niñez, el druida al que nos referimos ha experimentado una afinidad sobresaliente en los poderes curativos. Son los hechizos en los que, a causa de su abierta capacidad empática, ha progresado de modo extraordinario durante todos estos años. Su meta es mejorar sus habilidades sanadoras, todo lo posible. Mediante un exhaustivo entrenamiento, propio de los más sabios protectores del bosque, y a través de la obtención de equipos que le permitan aumentar su poder curativo hasta límites jamás alcanzados por sus semejantes. El brazal perlado del sanador, el cetro del presbítero, las grebas del restablecimiento, la reliquia de sanación, las semillas de propia siembra y recolección, y demás equipos, como las tan valoradas caracolas acendradas, cuando la economía lo permita, le asistirán en su honorable  cometido. AL fin y al cabo, serán sus compañeros, aquellos diestros en el arte de la guerra, los que castigarán con más eficacia a los enemigos del ciclo. Sin embargo, Eriloin será quien se encargue de mantenerlos de una pieza durante  la contienda. Toda espada necesita una piedra que la afile continuamente, especialmente si no cesa en su empeño por destrozar un madero casi irrompible. Un pesado y macizo arcón que, so pena de que deseemos contemplar cómo la oscuridad se cierne sobre todo, ha de ser fragmentado cuanto antes. En tantos trozos, como granos pueden contarse en el desierto de Alcalanda. En tiempos de paz, sus habilidades mejoradas servirán para asistir a los heridos, aun incluso a los más leves. AL mismo tiempo, proporcionará el bien más valioso que cualquiera pueda tener en mente. Uno que ni tan siquiera millones de platinos podrían comprar: una buena salud, que aliviará el peso de la terrible losa que comporta la senectud.

       

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