Inicio Foros Historias y gestas La mina de azufre y carbón de Ak’anon

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    • Zakamwel
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      Nibodix estaba aburrida en el palacio de Ak’anon, leyendo el libro de cuentas y el historial de acciones emprendidas por la ciudad, sentada en un sillón cerca de la mesa, nerviosa, pensando cómo podría hacer para darle un poco de vida a la ciudad. Le preocupaba sobremanera el bajo nivel de natalidad de su pueblo y la despoblación que sufría. Se preguntaba constantemente por qué la gente no se sentía atraída hacia Ak’anon, y por qué había cada vez más gnomos y gnomas que marchaban a buscarse la vida fuera de las fronteras del reino de Urlom y se convertían en vagabundos.

      -Se había presentado al cargo de consejera para intentar cambiar las cosas, no podía ser que un pueblo como el suyo no tuviera un atractivo para las gentes de Eirea, algo tenía que hacer, no podía estar tranquila en su casa, viendo cómo su pueblo se vaciaba cada vez más. Cogió los papeles y leyó con atención. Le desanimó ver el hecho de que las arcas de Ak’anon tan a penas tenían solvencia. Se quedó pensando cómo arreglar la situación. Si subía los impuestos recaudaría más dinero para la ciudad, pero provocaría el rechazo de la gente, eso podría hacer que todavía se viera más incrementada la despoblación. Si bajaba los impuestos era posible que viniera más gente a comprar, pero dado el poco flujo de viajeros tampoco conseguiría gran afluencia, y encima perdería dinero recaudado. Arrugó el papel que había copiado de la tesorería y lo estrelló contra el suelo con rabia, frustrada, no se le ocurría nada.

      Se levantó del sillón y se puso a dar vueltas por la sala, cabizbaja, pensativa y cabreada consigo misma por no ser capaz de dar con una solución que pudiera beneficiar a su pueblo. Miró por la ventana hacia el volcán, y se quedó un rato con lamirada absorta en el infinito, buscando soluciones. Apartó la vista, Pateó el firme con la suela de su bota para descargar su rabia y volvió a sentarse. Una lágrima empezaba a humedecer sus ojos. Levantó la cabeza y pidió en su fuero interno a Eralie para que le ayudase con este asunto, Ak’anon merecía más, el pueblo gnomo, su pueblo, en el que había vivido y crecido, donde se había educado, donde había jugado de niña, siempre tan independiente y tan alegre, se estaba desgranando poquito a poco.

      Los gnomos y las gnomas marchaban con todo el equipaje al hombro, una lagrimilla mal disimulada, la esperanza de encontrar un porvenir para su familia, y siempre con la promesa de volver en un futuro más cercano que lejano, pero ese futuro cercano nunca llegaba, la gente que se iba a buscarse la vida fuera nunca volvía, lo había visto infinidad de veces. Muchos seres queridos se fueron a buscarse la vida en otros sitios; se acordaba de su primo, que se había ido a Keel a trabajar, al otro lado del mar, su mejor amiga de la infancia, que se había ido a Eloras a descubrir mundo, y así tanta y tanta gente que había marchado, prometiendo regresar, pero sin llegar a cumplirlo nunca. ¿Qué habría fuera que no había en Ak’anon para sus gentes?

      Empezó a recoger sus cosas y a meterlas en la mochila, con hastío, Limpió y escurrió bien la pluma, los pergaminos que había dejado sobre la mesa con la intención de inscribirlos, pero que por el enfado no había inscrito, cerró con cuidado el frasco de tinta, a pesar de la ira acumulada, pues no quería que se le llenase de tinta la mochila y todo su contenido, y lo recogió, enrolló rapidamente los papeles que había dejado firmados y cerró el libro de cuentas con un golpe seco. Al final, puso sobre la mochila el pico que siempre llevaba encima cuando se iba de viaje, lo ató con un nudo rápido, se colocó la mochila al hombro y salió del palacio, a pasear, a airearse, a ver si le venía la inspiración, o si Eralie contestaba a sus súplicas, aunque no tenía mucha fe en que eso pudiese llegar a suceder, desde luego, no era su mejor día.

      Al salir, el tiempo estaba lluvioso, no estaba cayendo una gran cantidad de agua, pero las cuatro gotas que le mojaban la cara no contribuyeron a que se le pasara el cabreo. Decidió que iba a ir un rato a la sauna, a ver si se relajaba porque lo necesitaba, si no le iba a explotar la cabeza en cualquier momento. Refunfuñando para sí misma emprendió el camino por la calle mayor hacia el oeste, en dirección a la cueva de vapores termales volcánicos, notaba que el pico no estaba demasiado bien agarrado a la mochila, iba un poco de un lado al otro, pero le dio igual. «Ahí se caiga y se rompa, joder», pensó para sí misma, con toda la mala leche que llevaba dentro.

      Más o menos a mitad de camino, en la explanada cerca del magma, pasó lo que tenía que pasar y el nudo, por la fricción constante, acabó de soltarse, la cuerda se abrió, el pico se deslizó hacia abajo y finalmente cayó al suelo con un estrepitoso «clas» sobre las rocas. La gnoma miró al cielo y gritó con todos sus pulmones: «Eralie, en días como hoy te odio, me cago en todo». Se quitó la mochila, la dejó a un lado, en el suelo, se dio la vuelta, se agachó para recoger el pico y al mirar hacia allí abrió los ojos de par en par, alucinando.

      ¿Qué era lo que veían sus ojos? Acercó la mano lentamente hacia la punta del pico, donde éste había golpeado el suelo con toda la fuerza de la gravedad, y debajo de la roca observó un pequeño resplandor grisáceo. «No puede ser», pensó, empezando a esbozar un atisbo de sonrisa. Agarró el pico y golpeó un poco al lado del pequeño agujero que había producido la caída y su enfado se pasó de repente. Efectivamente era lo que le había parecido en un principio, una veta de diamante. ¡Una veta de diamante, en su ciudad! Eso si que era un gran reclamo para su pueblo, eso le brindaría la oportunidad de publicitarse y atraer viajeros y viajeras a Ak’anon.

      Eralie no había respondido con palabras a sus súplicas, sin embargo, le había puesto en el camino correcto para encontrar la solución que andaba buscando, se arrepintió de haber gritado eso antes, aunque sabía que Eralie, siempre bueno, sabría perdonarle por su ignorancia, al final, ella era una simple mortal más. Se puso de rodillas, dejó el pico a un lado, cerró los ojos y pidió perdón por sus pecados, además de añadir algún rezo extra por la buena guía de su Dios y la poca paciencia y fe que había tenido.

      Trasrezar, volvió a a agarrar el pico, se levantó, se secó la cara con la mano izquierda y se preparó para hacer lo que tantas veces había hecho ya, y que nunca pensó que fuese a hacer dentro de su propio pueblo, picó la veta y extrajo el diamante. Después de un largo y duro rato picando consiguió extraer una pieza perfecta, aunque la escasa veta no tenía más material. Contempló el diamante ilusionada con el giro que habían dado los acontecimientos y tras mirarlo un rato y guardarlo en el bolsillo, se puso a picar en algunas salas de alrededor a ver si era el único diamante o había más.

      No encontró ninguna otra veta, sin embargo, picando el suelo de alrededor consiguió extraer algún trozo de azufre y algún trozo de carbón. Esto iba a darle a Ak’anon el impulso que necesitaba. La gente de su pueblo no conocía esta mina y ella se iba a encargar de darle promoción, y de hacer de esto un atractivo turístico.

      Tenía en mente la solución perfecta, La gente seguidora de Eralie siempre había sido bienvenida en su pueblo, ahora ella iba a hacer, gracias a su buen Dios, que también lo fueran los vagabundos, de tal forma que pagando una insignificante cuota tuvieran libre acceso a la ciudad por un tiempo, a ver si con esta acción conseguía al mismo tiempo engrosar un poco las arcas públicas y hacer que más gente se animara a visitar el reino de Urlom y a vivir en sus lugares.

      Volvió al palacio y se puso a redactar una nueva ley que contemplara esta posibilidad, se vio contenta de que al fin, se pudiera ver un poco de luz al final del túnel y sonrió para sí misma.

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