Inicio Foros Historias y aportes Historias del Mar de Hielo. Camino de la batalla.

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    • Ninhus Bravus
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      El Cañonero de las Mentiras embistió contra las olas y se ladeó peligrosamente al cambiar de rumbo. El barco pirata situado al este, que ahora era el más alejado, viró a toda prisa para emprender su persecución, mientras el otro, de mayor tamaño, mantuvo el rumbo, poniendo cada vez más al Cañonero de las Mentiras al alcance de su catapulta.

      Essel señaló la isla de mayor tamaño de entre las pocas que aparecían visibles en el oeste.

      —Acércate a ella —ordenó al timonel—, pero ten cuidado con el gran arrecife. La marea está ahora baja, podrás verlo con facilidad.

      Avendrok saltó a cubierta al lado del capitán.

      —Coge este cabo —le ordenó el capitán—. Te encargarás del palo mayor. ¡Si te ordeno que tires de él hazlo con todas tus fuerzas! No tendremos una segunda oportunidad.

      Avendrok cogió el pesado cabo con un gruñido de determinación y se lo enrolló alrededor de las manos y las muñecas.

      — ¡Fuego en el cielo! —gritó uno de los marineros, señalando hacia el sur, hacia donde estaba situado el barco pirata de mayor envergadura. Una bola en llamas volaba hacia ellos y cayó en el agua a pocos metros de la embarcación.

      —Un disparo de rastreo —explicó Essel—, para indicarles nuestra posición.

      Essel calculó la distancia que los separaba y cuánto podrían acercarse los piratas antes de que el Cañonero de las Mentiras pudiera situarse detrás de la isla.

      —Nos libraremos de ellos si podemos cruzar el canal entre el arrecife y esa isla —explicó a Avendrok, mientras asentía con la cabeza, como dando a entender que el proyecto le parecía posible.

      Pero en el preciso instante en que el Semi-drow y el capitán empezaban a suspirar aliviados al ver una posible escapatoria, los mástiles de una tercera embarcación aparecieron frente a ellos por el oeste, precisamente en la dirección por el que Essel había esperado huir. Este último barco tenía las velas arriadas y se disponía a abordarlos.

      Essel abrió la boca absolutamente atónito.

      —Nos estaban esperando —murmuró, volviéndose hacia el Semi-drow—. Nos esperaban —repitió en tono desfallecido—. Sin embargo, no llevamos ningún cargamento valioso —prosiguió el capitán, pasados unos instantes, intentando encontrar la razón de aquel súbito curso de los acontecimientos—. ¿Por qué los piratas utilizan tres barcos para atacar a uno solo?

      Rumbo al sur con viento a favor, el Cañonero de las Mentiras consiguió dejar atrás todo rastro de barco pirata enemigo.

      Essel y su tripulación continuaron su viaje ya sin sobresaltos. El halfling manejaba con facilidad el timón del barco y la niebla matutina se había desvanecido. Bordearon la costa de isla Bucanero en dirección al sud-oeste, observando divertidos los barcos que sobrevolaban y las atónitas expresiones de todos aquellos marineros que levantaban la vista al cielo.

      Poco después, cruzaron el mar de Hielo, que daba acceso a las costas de Naggrung. Essel aminoró la marcha de su cañonero a velocidad 1 unos instantes, para meditar sobre un súbito impulso, y luego viró alejándose rápidamente de la costa.

      —La dama nos ordenó que no nos apartáramos de la costa —le recordó Avendrok en cuanto se dio cuenta del cambio de rumbo.

      Essel oteó el horizonte con sus prismáticos de Nácar, que se había colgado del cuello, y se encogió de hombros.

      —Esto me indica lo contrario —contestó.

      Una segunda carga de disparos de rastreo se hundió en el agua, esta vez peligrosamente cerca del Cañonero de las Mentiras.

      —Podemos huir por allí —dijo Avendrok a Essel, puesto que el tercer barco aún no había izado las velas.

      El experto capitán vio enseguida el punto débil de aquel razonamiento. El principal objetivo del barco que se acercaba desde el sur era obstaculizar la entrada al puerto de la ciudad de Keel. Si bien era cierto que su barco podía pasar de largo ante la embarcación pirata, Essel tendría que conducir la suya a través del peligroso arrecife de hielo para llegar de nuevo a mar abierto. Y, una vez allí, estarían al alcance de la catapulta.

      El capitán observó por encima del hombro. El barco pirata que quedaba, el más alejado hacia el este, tenía las velas henchidas de aire y cortaba el agua con más rapidez incluso que el Cañonero de las Mentiras. Si una de aquellas bolas de fuego daba en el blanco y alguna de las velas de su nave resultaba dañada, pronto los alcanzarían.

      De pronto, un nuevo y dramático problema acaparó la atención del capitán. Un rayo de luz atravesó la cubierta del Cañonero de las Mentiras, desgarró varias cuerdas e hizo saltar astillas del palo mayor. La estructura se ladeó y gimió por la fuerza contraria que infligían las velas henchidas, pero Avendrok consiguió afianzar los pies y estiró con toda su energía para contrarrestarla.

      —¡Aguántalo! —Lo animó Essel—. ¡Mantén nuestro rumbo, mantén nuestra fuerza!

      —Tienen un mago —observó Avendrok, al darse cuenta de que el rayo procedía del barco que tenían delante de ellos.

      —Eso me temía —replicó Essel.

      Contemplando a Avendrok, a Essel se le ocurrió un plan desesperado y esbozó en secreto una sonrisa.

      —Llévanos directamente al lado de babor de ese barco —ordenó al timonel—. ¡Lo bastante cerca como para que podamos escupirles a la cara!

      —Pero capitán… —protestó el marinero—, ¡eso significa meternos de lleno en el arrecife!

      —Justo lo que esos perros esperan que hagamos —fue la respuesta de Essel—. Dejémosles que piensen que no conocemos estas aguas; ¡que crean, si quieren, que las rocas de hielo harán el trabajo en su lugar!

      La tripulación al completo se sintió aliviada al escuchar el tono de seguridad con que hablaba el capitán. El viejo y obstinado halfling tenía un plan en mente.

      — ¿Aguanta? —gritó Essel a Avendrok.

      El Semi-drow asintió.

      — ¡Cuando te lo diga, tira viejo amigo , como si tu vida dependiera de ello!

      Avendrok asintió mientras pensaba:

      —Es cierto que de ello depende.

      Desde el puente de su buque insignia, la rápida embarcación que se acercaba al Cañonero de las Mentiras por el este, el Maestre Bribón de la Triada observó con inquietud la maniobra de su víctima. Conocía lo suficiente la reputación de Essel para saber que el capitán no iba a ser tan alocado como para situar su embarcación sobre un arrecife de hielo con la marea baja y bajo la tediosa bruma de las costas de Naggrung. Essel pretendía luchar.

      El Maestre observó el barco y calculó el ángulo respecto al Cañonero de las Mentiras. La catapulta podría lanzar dos tiros más, quizá tres, antes de que su objetivo quedara cubierto por el barco que obstaculizaba el acceso al arrecife. El propio buque de de la Triada estaba aún a muchos minutos de distancia y el capitán pirata se preguntó cuánto daño sería capaz de infligir Essel a sus aliados, antes de que él pudiera acudir en su ayuda.

      Pero el sucio pirata apartó enseguida de su mente el cálculo de lo que le costaría la misión. Estaba llevando a cabo un favor especial para el jefe de una de las cofradías de ladrones más importantes de todo Eirea. ¡Fuera cual fuese el precio, el pago del bajá lo superaría con creces!

      Otra bola de fuego salió volando por los aires y alcanzó la parte de popa del Cañonero de las Mentiras al nivel del agua, aunque no lo suficiente como para causarle serios daños.

      Avendrok y Essel vieron cómo se cargaba la catapulta de nuevo para realizar otro disparo; vieron a la brutal tripulación del barco situado cada vez más cerca, empuñando las espadas y dispuestos para el abordaje; y vieron también al tercer barco pirata que avanzaba a toda prisa para completar la emboscada.

      Essel puso rumbo al sur, hacia el barco pirata de mayor envergadura.

      — ¡Primero, la catapulta! —gritó el halfling, henchido de rabia.

      El Maestre de la Triada, al igual que la mayoría de la tripulación de los demás barcos piratas, vio cómo una brillante luz trazaba una estela en el cielo; pero el capitán y los marineros del Cañonero de las Mentiras estaban demasiado inmersos en la desesperación de su propia situación como para preocuparse de otros acontecimientos. Sin embargo, Avendrok sí lanzó una ojeada al cielo, al percibir un reluciente reflejo que bien podía proceder del único mástil de un casco roto que sobresalía por encima de las llamas, y, por detrás, una silueta que le parecía más que familiar.

      Pero tal vez fuera sólo un efecto de la luz y de las propias esperanzas de Avendrok.

      La tripulación del Cañonero de las Mentiras estaba alineada en la cubierta de proa y lanzaba flechas al barco pirata, con la esperanza de mantener al mago ocupado para evitar que volviera a atacar.

      Un segundo rayo de luz salió disparado, pero el Cañonero de las Mentiras se balanceaba violentamente, arrastrado por las olas que rompían en el arrecife de las costas de Naggrung, y el disparo del mago no causó más que un pequeño agujero en la vela mayor.

      Essel miró esperanzado a Avendrok, que, tenso y preparado, esperaba la orden.

      Y en aquel momento, se cruzaron con el barco pirata, a apenas unos metros de distancia, y prosiguieron su loco avance, como si se dirigieran a una muerte segura en el arrecife.

      — ¡Tira! —gritó Essel, y Avendrok obedeció, mientras todos los músculos de su minúsculo cuerpo se contraían con fuerza y su máscara de las mentiras enrojecía por el súbito aflujo de poder. El palo mayor gimió, y las velas llenas de viento empujaron en sentido contrario mientras Avendrok se pasaba el cabo por encima del hombro y retrocedía inclinándose hacia atrás. El barco giró en el agua como sobre un eje y, cabalgando sobre una ola, la proa se dirigió hacia el barco pirata. A pesar de que habían presenciado la fuerza de Avendrok en otras batallas, los hombres de la tripulación de Essel se aferraban desesperados a la borda y esperaban, con una mezcla de terror y respeto.

      Y los asombrados piratas, que nunca hubieran podido sospechar que un barco navegando a toda vela pudiera trazar un giro semejante ni siquiera pudieron reaccionar. Se limitaron a observar, boquiabiertos, cómo la proa del Cañonero de las Mentiras se hundía en su flanco de babor, entrelazando a las dos embarcaciones en un abrazo mortal.

      — ¡A por ellos! —gritó Essel.

      Al instante, empezaron a volar ganchos por el aire, para afianzar la presa, y volaron los arpeos de abordaje.

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