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    • pequeño halfling
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      Una tibia noche de la estación de los dones, en una casa cerca del mercado de Anduar, una mujer se retorcía en su alcoba metida ya desde un rato en labores de parto.

      La comadrona, no muy avispada tenemos que decir, no atinaba con el movimiento para sacar a la criatura que segundo a segundo se asfixiaba dentro del vientre casi seco de la madre.

      Mientras tanto, el padre de la criatura, aburrido, hacía caso omiso de lo que ocurría en la planta de arriba, fumando de su pipa y bebiendo vino especiado en el salón.

      Volviendo a la alcoba, la matrona igual por iluminación divina o pura suerte, atinó a agarrar al bebé y tirar de él, mientras la madre cada vez estaba más cerca del desfallecimiento. Ya fuera, la partera dio unos golpecitos al bebé que resultó ser un niño, cosa que anunció a la madre casi desmayada en la cama.

      Dejó al crío en el pecho de la madre, mientras lloraba como si se le fuera la vida en ello. La mujer que se llamaba Sirene, miraba a su hijo con infinita ternura mientras pensaba en que nombre le pondría, en un momento se le pasó un nombre por la cabeza, Ferruth, si, ese sería el nombre de su hijo.

      Mientras tanto en la planta de abajo, en el salón, la partera contaba al marido todo lo que había ocurrido, este le pagó unos platinos y la sacó de la casa. De mala gana, se encaminó escaleras arriba hacia su dormitorio. Cuando entró miró a su mujer y al crío de soslayo, asintió y se marchó tal y como había llegado.

      El marido, de nombre Sinán, se colocó las piezas de su armadura, ya que era soldado de Anduar y salió por la puerta cambiando el semblante a uno de felicidad. Se encaminó al cuartel y le contó a sus compañeros la noticia del nacimiento de su hijo ¿o hija? ni si quiera se había fijado en que era. Los compañeros que no estaban de guardia llevaron a Sinán a celebrar en la taberna la buena nueva.

      A la mañana siguiente, Sinán llegó a casa borracho como un enano en fiesta. Gritando, llamaba a su esposa, la cual no contestaba. Con paso vacilante a causa del alcohol subió las escaleras y entró al dormitorio donde Sirene daba de mamar al pequeño Ferruth, Sinán la señaló con un dedo y le ordenó dejar al bebé y bajar a prepararle el desayuno, con cara afligida, Sirene se negó diciendo que estaba dando de mamar a su hijo y que aún no podía levantarse. Sinán, enfurecido se fue hacia ella y le arrebató al bebé, dejándolo de malas maneras sobre la cuna, tras lo cual agarró a su esposa por el cuello y cerrando el puño le golpeó la cara varias veces. Cuando se cansó de golpear, sinán acercó la cara a la de su mujer y le susurró:

      -Esta es mi casa, yo soy el hombre y tú la mujer, yo ordeno y tú haces. Fuera son apariencias, aquí tú haces lo que yo digo sin rechistar o ateneos a las consecuencias, tú y él, mientras señalaba al pequeño Ferruth que ajeno, por ahora a lo que ocurría se chupaba el dedo feliz.

      Así pasaron algunos años, entre palizas, insultos y vejaciones, tanto a Sirene como a Ferruth, Sinán cada vez se puso más y más violento, mientras en la calle aparentaban felicidad y ser una familia unida y amada.


       

      Un día, volviendo Ferruth a casa después de jugar con sus amigos por las calles, entró en su casa para ver lo que solía ser la imagen habitual. Su padre, borracho como una cuba, gritando a su pobre madre. La situación era ya insostenible. De alguna forma, Ferruth no hacía otra cosa que debatirse en que algo se tenía que hacer. Y así fué como armándose de valor se dirigió al acosador diciéndole:

      • Ya está bien, padre. Deje usted a madre tranquila.

      A Ferruth se le heló la sangre por un momento, pues aún recordaba cómo cierta cicatriz que atraviesa su rostro de forma permanente, fue producida una vez cuando su padre, en un ataque de ira producido por una protesta de su hijo, le hundió una botella de vino en la cara. Aún así, Ferruth permaneció firme a su exclamación para evitar que su madre resultase vejada una vez más.

      Ante tal acto, Sinán, sintió un profundo ataque sobre su ego, apartando al muchacho de un revés mientras se levantaba de la mesa para dirigirse a su esposa.

      • Apártate renacuajo, no te metas entre asuntos de mayores, y mucho menos te atrevas a decirme a quien dejo yo tranquilo y a quien no en esta casa.

      Con paso firme, se acercó hacia su esposa arremangándose las mangas de la camisa. Lo que iba a suceder a continuación resultaba evidente a esas alturas. Sería un nuevo episodio de abuso y maltrato de su padre hacia su madre. Ferruth no haría nada por evitarlo. Pero ¿por qué no? Se preguntaba Ferruth a sí mismo. ¿Esa es la vida que quieres para ti y para tu madre? El joven Ferruth se sentía terriblemente mal. Acobardado por la fuerza y maldad de su padre, pero motivado por el terrible daño que sufría su madre día tras día.

      !Basta ya! dijo Sirene armándose de valor. No estoy dispuesta a seguir aguantando tus palizas. Y agarrando un rodillo de amasar pan, intentó alejarlo de su camino.

      Blandió su rodillo en el aire con la mala fortuna de no alcanzar a su acosador en la cabeza, dándole a él la oportunidad de contraatacar.

      Acompañado de una perversa sonrisa, Sinán agarró a Sirene por el cuello y la estampó contra la pila para, a continuación, apretar con sus fuertes dedos la delgada tráquea de la indefensa mujer.

      Por más que intentaba la pobre Sirene zafarse de su presa, más se debilitaban sus brazos y su energía. El preciado oxígeno necesario para la vida era cada vez más escaso. Poco a poco la presión de las enormes manos de Sinán avanzaban terreno que era cedido por los ya casi inertes músculos de su mujer. El cuello palpitaba ya con poca frecuencia, sin ánimos apenas de dar fuerzas para dar un último aliento, ni siquiera para pedir ayuda.

      De repente, las manos de Sinán cedieron presión, permitiendo de nuevo la entrada de aire fresco en los pulmones de Sirene, que, abriendo los ojos, observó extrañada la sonrisa de su marido. Esa sonrisa perversa que tanto odiaba, pero que esta vez se transformaba en una especie de mueca de sorpresa. Sus ojos, mirando más allá del rostro de su víctima, se acababan clavando en el infinito hasta perderse en el más allá. Sus manos, ya faltas de fuerza, se arrastraban acariciándo el torso de quien fué su amada unos cuantos años atrás.

      Poco a poco, el corpulento hombre cayó ladeándose hacia un costado dando de cara al suelo. En medio de su ancha espalda, un afilado cuchillo evidenciaba lo que había sucedido segundos antes, allí clavado hasta la empuñadura y desparramando restos de sangre por todo el suelo.

      Al lado del cuerpo inerte, permanecía en pie Ferruth, inmóvil, con el rostro pálido como las nieves de Amon Muil, mirándo fijamente la palma de su mano derecha ensangrentada.

       


       

      Ferruth camina a paso lento recorriendo las almenas de anduar. Las antorchas apenas iluminan más allá de las murallas. De vez en cuando, algún vagabundo encapuchado aparece frente a las puertas de la ciudad para la inspección de la guardia antes de que se le permita la entrada. El joven soldado se retira su yelmo y lo apoya en una piedra.  Mira hacia el horizonte y suspira profundamente.

      • Espero que allí donde estés, estes bien, madre. -Se dice Ferruth a si mismo entre lágrimas

       

      Después de la muerte de su padre, años atrás, fué celebrado un juicio, presidido por el mismo Lord Omelan. Se acusó a su madre de la muerte de su marido, siendo apresada y encarcelada en los calabozos de Anduar.

      Ferruth creció sobreviviendo en las calles de la ciudad gracias a la limosna que algunos ciudadanos y mercaderes le ofrecían, hasta que finalmente, se alistó como soldado de la guardia de Anduar igual que lo hizo su padre.

      Meses después, pese a tener el acceso a los calabozos restringido, aprovechó la ocasión para, estando fuera de servicio, reunirse con el guardia que custodiaba las celdas; un viejo amigo de Sinán. Llevaba consigo un par de botellas de buen vino y un pequeño frasco que contenía un preparado especial a base de khadul y marihuana..

      El plan resultaría efectivo, tal y como Ferruth lo hubo planeado, pues el guardia cayó inconsciente unos cuantos vasos de vino más tarde. Momento que aprovechó el joven para hacerse con la llave de los calabozos y liberar a varios presos, entre ellos su madre.

      • Madre, márchate. Aprisa, marchaos en silencio – dijo Ferruth mientras abria las celdas.

      Su madre se abrazó a él entre lágrimas. La mujer que sacrificó su libertad a cambio de la posibilidad que Ferruth tuviera una vida por delante.

      Asesinos, ladrones y forajidos fueron liberados esa noche de los calabozos de Anduar, lo que provocó la ira del General. En consecuencia, el soldado encargado de la custodia de las celdas fué degradado a trabajos forzados en las obras de las alcantarillas, limpiando los escombros de las mismas hasta el fin de sus días.

      Nunca más se supo acerca de Sirene. Aunque hay quien dice, que algunas noches se ha visto alguna mendiga aproximarse por los campos de cultivo del camino de Alandaen para presenciar los cambios de guardia.

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