Inicio › Foros › Historias y gestas › Crónicas de Gilledus. El despetar de Izgraull Parte 3
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Abrirnos paso por el bosque no fue tarea fácil, numerosas batallas aparecían a nuestro alrededor, criaturas gigantescas peleaban entre sí, el caos se apoderó de la zona. Parecía que estas aberraciones nos trataban como aliados, pues incluso nos defendían de los animales gigantes invocados por Ralder. El caos era tal, que incluso seguidores de Eralie peleaban contra los animales de Ralder, a veces ni peleábamos entre nosotros, todo a nuestro alrededor era un cúmulo de sangre, cristales rotos y cadáveres de nuestro ejército, del ejército de Eralie y de criaturas gigantes desgarradas y mutiladas, y al fondo podíamos ver y escuchar como la pelea entre ambos dioses continuaba, temblores, golpes y aullidos se concatenaban sin cesar de ambos bandos.
Poco a poco nos íbamos acercando más y más al centro del bosque, cuanto más nos adentrábamos más gente perdíamos. Las criaturas a nuestro alrededor parecían ser cada vez más grandes y poderosas, un simple zarpazo de ellas era capaz de destrozar por completo uno de los árboles del bosque. Pasamos sobre el cristalizado riachuelo que cruza el bosque por la parte que parecía más estable, pues gran parte de él se encontraba destrozado o simplemente un zarpazo de uno de los dioses había arrancado de cuajo la zona donde se encontraba y yacía un socavón.
Del centro del bosque, totalmente agrietado y destrozado, yacía un enorme portal dimensional. El portal emitía centelleantes luces multicolores que impedían la vista en su interior, aunque durante el poco tiempo que podías aguantar la mirada podías observar un orbe violáceo. Corrimos hasta su posición hasta que la lucha de los dos dioses llegó a nosotros. Un gran golpe de los dioses contra el suelo se interpuso entre mi ejército y yo, me encontré solo frente al portal, supe sin dudar que era voluntad divina, puse mis manos en el interior del portal y avance sin una pizca de temor en mi cuerpo.
Me encontré frente a frente a ese orbe violáceo, se encontraba rodeado de cuatro cadenas que se dirigían a diferentes posiciones contrapuestas. Mi cabeza se nublaba, tenía que concentrarme pues parecía que mi cuerpo se desmayaría en cualquier momento. Miré a mi alrededor, todo era caos, vientos huracanados, tormentas y nubes me rodeaban y asfixiaban por doquier. Fui siguiendo las cadenas una por una encontrando numerosas estatuas por mi paso, cuando encontraba una estatua diferentes sensaciones se introducían en mi cuerpo, caos, magia, neutralidad, todas ellas transmitían algo especial. El fin de una de las cadenas estaba destrozado, solo escombros se veían a su alrededor, escombros y trozos de huesos… Trozos de huesos tallados como si de una máscara se tratasen, cogí uno de estos tallados y lo guardé bien en mi zurrón. Logré atisbar numerosas inscripciones, las cuales solo puse, pongo y pondré al servicio de mi señor, lo único que tenía claro es que aquel lugar era la Tumba pérdida de Osucaru, y que alguien la había profanado.
No logré aguantar más, la magia del orbe penetró en mi mente y mis ojos se cerraron, cuando volví a abrirlos me encontré en el Bosque de Cristal rodeado de mi ejército, la batalla había terminado, todo a nuestro alrededor estaba desolado, aunque ni rastro de los animales gigantes o de las aberraciones de Izgraull. Una gran ola de poder entró en nuestros cuerpos, en un abrir y cerrar de ojos nos vimos empujados de forma instantánea a Galador. Nos encontramos en la catedral de Seldar, y yo arrodillado en el altar. Seldar se comunicó conmigo y extrajo de mi mente todos los conocimientos obtenidos de la tumba, coloqué en el altar el trozo de hueso que recuperé de los escombros. Una luz brillante nos cegó a todos y cuando volvimos a recuperar la visión el fragmento de hueso con forma de máscara no estaba, sin duda había complacido a nuestro señor. Me dirigí a mis aposentos después de tan duro viaje, me arrodillé en el suelo, levanté mi sotana y comencé a fustigarme la espalda con mi látigo de nueve colas.
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