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    • dgferrin
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      Rubitz.

      Capítulo 2: El caminante del plano.

      El viento se cuela por uno de los orificios del cubil en el que habita el protagonista de esta historia, ocasionando que los papeles encima del escritorio comiencen a deslizarse por el aire.

      Rubitz, agitado y sudoroso, busca con ahínco un viejo libro mientras revuelve toda la estantería.

      —¡Maldita sea, necesito ese libro! —Exclama el pequeño kobold mientras mira hacia arriba, con las manos apoyadas en la cadera y una expresión en la cara que denota auténtica frustración.

      —¡Ruuuuuuuuuu, Ruuuuuuuuu! —Exclama la madre de Rubitz en voz alta desde otra de las galerías.

      —¡Ya voy mamá!

      El joven kobold acude a la llamada de su progenitora que cada día observa como le van pesando los años y a duras penas logra erguirse para satisfacer sus necesidades básicas.

      —Toma bebe ésto…

      —¡Puaaaaaagh!, ¿de donde has sacado este barro?, ¡Que asco! —Pregunta su madre mientras le mira con el hocico engruñido.

      —No es barro mamá, es un remedio para que te sientas mejor.

      —Seguro que lo ha preparado ese viejo decrépito de tu maestro, yo ya lo sabía queréis envenenarme, nadie quiere cuidar de una vieja anciana, ¡con todo lo que he hecho por ti! —Murmulla la madre de Rubitz mientras se bebe todo el mejunje.

      —Caray pues menos mal que estaba malo…

      El pequeño kobold despoja a la madre del cuenco, el remedio que le da todos los días sin duda mejora su calidad de vida aunque le produce un profundo sueño que le hace entrar en letargo.

      Instantes antes de entrar en un mundo onírico, mientras se adormece, susurra a su hijo mientras señala un libro que se encuentra encima de la cocina.

      —Se me olvidaba, he encontrado ese libro debajo de tu cama… —Acto seguido Zigba, entra en un sueño irremediable.

      Rubitz coge el libro, lo abre, y efectivamente es lo que estaba buscando. Dirige su mirada hacia su madre con signos de preocupación mientras murmulla.

      —Que descanses mama…

      Mientras el sueño se apodera de ella el pequeño kobold se encierra en su cubil, ansioso de buscar respuestas en el libro que estaba buscando.

      Hurfkit durante los años de mentor de esta criatura había ido alimentando su deseo de conocimiento, pues cuanto más sabía, más curiosidad despertaba en él, al mismo tiempo que los miedos que invadían todo su ser se hacían cada vez mas insignificantes aunque era inevitable que apareciesen otros nuevos.

      Pero ésta vez la misión que tenía que llevar a cabo era especial, su mentor le había estado preparando para una vida mundana, pero al mismo tiempo, conociendo las particularidades de su alumno, se vio obligado a romper la promesa que un día hizo a su madre.

      Durante varios años recibió doble enseñanza, la que le sería de utilidad en el día a día y la que le salvaría de la mediocridad el resto de su vida, al mismo tiempo que le ayudaría a comprender sus visiones y convertirlas en un arma en vez de un problema que resolver.

      Solo falta un día para su iniciación, para descubrir lo que los ancestros pueden otorgar a un chamán experimentado, para superar los desafíos que el Abismo impone a sus huéspedes, es tan fino el hilo que separa un mundo del otro que cualquier paso en falso podría atarte en la oscuridad el resto de la eternidad.

      Por la mañana como todas durante varios años, el aprendiz acude al cubil donde su maestro imparte sus conocimientos.

      —Hoy es un gran día pequeño, quiero que te sientes a mi lado, vamos a necesitar una gran concentración es por ello que mis guardianes velarán por que no nos moleste nadie. Tienen orden de atacar a cualquiera que se aproxime pues una vez inicies el viaje, tu mente estará en otro lugar, pero tu cuerpo físico estará expuesto de forma que no serás dueño de tus actos. —Alecciona Hurfkit a su aprendiz.

      —Clackkkk!!

      Un bastón con varios huesos que penden de una calavera engarzada en su extremo golpea la cabeza de Rubitz mientras su mentor exclama:

      —¡No dispondrás de ese libro al lugar al que irás, por eso insistí en que te lo aprendieras mentecato!

      El aprendiz hace acopio de sus conocimientos. Ésta vez, se sienta en el suelo de forma correcta, cruza las piernas y con la espalda erguida coloca sus manos sobre su regazo con las palmas hacia arriba, tal como habían practicado. Sus ojos se tornan blancos mientras inclina la cabeza hacia el cielo.

      Tras exhalar deja su mente en blanco aislándose de todo tipo de sensación o percepción, concentrándose en la nada. Comienza así la abstracción con el primer plano material, es entonces cuando su cuerpo astral comienza a levitar distanciándose de su cuerpo físico.

      Tal como su mentor le había señalado ahora es capaz de ver el cordón de plata, mientras flota en el éter, es el momento de agarrarse al cordón y comenzar a descender hacia el plano del Abismo. Durante el viaje nuevas realidades son reveladas para Rubitz que observa que existen más planos.

      Cuando el viaje astral llega a su fin puede observar como el cordón de plata se mueve análogamente a él, como si formara parte de su cuerpo, en un lugar en el que nunca había estado, un lugar que le resultaba familiar por los conocimientos impartidos por su mentor, pero abrumador al mismo tiempo.

      Montañas afiladas de pura roca, arena rojiza producto de la erosión, cráteres que emanan chorros de lava y ríos que la transportan de una zona a otra.

      Sin lugar a dudas, si existe un infierno, tiene que parecerse a éste lugar.

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