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    • dgferrin
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      Rubitz

      Capítulo 1: La madre de Rubitz.

       

      El silbido de los látigos cortando el aire indicaba todos los días el amanecer para Zigba, esposa de un fornido kobold y madre de una pequeña criatura aún en fase de crecimiento.

      Los maestros esclavistas despertaban bien temprano para castigar a aquellos kobolds que no encontraron el cobijo de una buena familia y que además poseían una aceptable condición física.

      Esta humilde familia tenía como residencia un pequeño cubil, muy cerca del mercado de esclavos de la ciudad de Ancarak, con muy difícil acceso y oculto en un entramado de túneles que se asemeja a una entrada a una vieja mina abandonada.

      La construcción había sido diseñada por Okbe, su marido, aprovechando sus cualidades como albañil, oficio que desempeñaba para ganarse la vida. El propósito era sin lugar a dudas crear un refugio seguro para su familia.

      El temor mas grande para Zigba era ver a su hijo encadenado sufriendo los azotes de un maestro esclavista intentando adueñarse de la libertad del pequeño, simplemente por caer en la desdicha de la pobreza o la orfandad.

      Todas las mañanas esta madre se despertaba temprano, se acicalaba frente al espejo y se disponía a hacer todas las tareas mundanas del hogar, la despensa siempre estaba llena, pues todos los días, sin excepción, se dirigía al mercado más cercano de la ciudad y con una sonrisa en la cara convencía a cualquier mercader para llevarse un suculento trozo de carne o un buen pescado a casa por la mitad de precio.

      No se fijaba demasiado en la calidad, es posible que el pescado fuese alguna rata sacada de uno de los muchos nidos de la ciudad, lo que si le importaba era la cantidad.

      ¡Su familia tenía que estar bien alimentada!

      El temor que le atormentaba ver a aquellos esclavos sufriendo causó la sobrealimentación de su hijo. Excusa que no valía para su marido pues la repartición de alimentos no era tan equitativa y causa de que Okbe fuera pillado en varias ocasiones hurgando en la despensa inagotable que su mujer llenaba cada día, con su consiguiente reprimenda.

      La vida de esta mujer kobold era sencilla, atender las labores de la casa, cuidar de sus hijos y su relación marital, no solía salirse de sus rutinas diarias y era bastante ingenua, solo hacía falta ver su impávida y candorosa mirada cuando su marido le contaba cualquier historia cuando regresaba a casa de alguna misión impuesta por sus líderes.

      Todas las noches acostaba a su pequeño y le leía algún cuento para que se durmiese, como buena madre, limpiaba el sudor de su frente cuando sufría alguna pesadilla, algo que se volvía cada vez mas frecuente y le causaba una fuerte inquietud.

      Zigba no poseía unos conocimientos muy amplios en ninguna materia, pero tenía el don de saber quien los poseía, es por ello que todas las mañanas, después de regresar a casa del mercado, despertaba a su pequeño y lo acompañaba a ver a Hurfkit, un anciano chamán de una tribu, que cada día sin excepción impartía unas clases regocijándose en su abrumadora sabiduría, eso si, la madre del pequeño siempre hizo hincapié en que no le aleccionara acerca de cualquier cosa relacionada con la brujería, pues causaba un gran temor y desconfianza en una madre que no alcanzaba a comprender un mundo tan complejo como el que los chamanes tienen el don de conocer.

      A pesar de todo, si algún ungüento milagroso conseguía extirpar alguna herida o curar alguna enfermedad que afectara a su criatura, no dudaba en acudir al anciano.

      Rubitz, su hijo, se sentía afortunado de la madre que le brindaba todas las necesidades y el cariño que cualquier criatura demandaría de unos padres.

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