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    • El ojo de Argos512
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      Carta de Irhydia Iris a Molduthus y Fornieles, en representación de absolutamente nadie

      Destinatarios: fornieles Yghorith, Molduthus

      Asunto: Un discreto apoyo para con la defensa de vuestros pueblos.

      Queridos Fornieles Igorith, gran archidruida de Thorin, e igualmente amado gnomo Molduthus, aspirante a inventor supremo de Ak’Anon, poseedor de tantas bondades que, difícilmente podría nombrar en su totalidad, bien por ser demasiado personaless, como por ni siquiera resultar completamente comprensibles, hasta para mi misma.

      Si os halláis leyendo esta misiva, es que todo ha ido bien. Ya os comenté, a cada uno de vosotros, por separado, que deseaba haceros entrega de un importante mensaje. Uno que, tanto por mi seguridad, como por la vuestra, debía ser absolutamente secreto. A tal efecto, os ruego que, tan pronto como vuestros ojos alcancen la última línea de este relato,  destruyáis la carta que ahora sostenéis. De este modo, vuestros enemigos, que para bien o para mal, son en parte mis aliados, tanto como vosotros, no conocerán mis intenciones. Explicad a vuestros aliados, cómo pretendo beneficiaros, si así lo deseáis. Pero sed discretos. No pretendo imbolucrarme en una guerra que, de seguro, me haría perder la confianza que en mi han depositado todas las urbes y poblados de Dalaensar.

      Como bien sabéis quienes con tanta profundidad me conocéis, hace tiempo que decidí abstenerme de los asuntos de guerra, llevados a cabo entre seguidores de uno y otro dios. Especialmente, desde el día en que tuve que afrontar la cruda realidad, de que mi antiguo bardo Sirgol, a quien nunca podré dejar de tener presente, perdió la batalla contra el gobierno dendrita que deseaba erradicar, cosa que le llevó inevitablemente a la muerte, por no sufrir algo peor.

      De igual modo, el clan al que represento, se muestra aún más restrictivo, en lo que concierne a las relaciones entre unas y otras organizaciones. Siendo su única preocupación, la de constituir un frente activo contra la expansión de muertos vivientes, controlados por fuerzas que escapan a la comprensión de hasta los más poderosos nigromantes y sacerdotes de Seldar, elementales de planos alternativos y dragones caóticos.

      A causa de la tan estricta neutralidad que muestra «Arco de Iris», me veo en la obligación de anunciar que, a mi pesar, no podré proporcionaros ayuda alguna en vuestra contienda. No, al menos, en calidad de representante de mi organización. Y es que, tal es la razón por la que, antaño os hablé, y ahora os escribo.

      He caminado por entre las ciudades más emblemáticas de los seguidores de hiros, el dios caballo, y eralie, a quien consideráis padre y protector de la vida. Por supuesto, he paseado por entre las villas de Eldor, el poblado halfling de Elorash, los frondosos bosques de Thorin, y cómo no, he recorrido los túneles que conforman el reino de Kheleb Dum y el poblado subterráneo de Ak’Anon. Tal y como en su día lo hice, tanto como en la actualidad, he tratado de alejar los males que amenazan a unas y otras gentes. Los gusanos gigantes y criaturas, que moran por las abandonadas galerías de la morada de los enanos. Las aberraciones arágnidas, causantes de la desaparición de varios aldeanos de Aethia. Los demonios y dragones rojizos que, desde algún lugar desconocido, amenazan el futuro de los kattenses, urlomitas y enanos de Kheleb. Las arañas y no-muertos, que impiden la prosperidad de Thorin. Una plaga, desatada por seguidores de Seldar. incluso para ellos, la enfermedad creada por aquel sacerdote enfermizo, Llhioker, y sus discípulos, aún más locos que él, ha quedado fuera de control. Admito que no soys los únicos a los que trato de proteger de fuerzas caóticas. Los dragones negros que rondan por Ankarak y Golthur orod. Los liches que corrompen la agricultura y ganado de Brenoic. Los muertos vivientes, cuyo hogar no es otro, que las ruinas de Degba, el bosque de Taubûrz, y las  cercanías del reino de Zulk. Más ejemplos podría mencionar, de males a los que he combatido, mas no cabrían en tan delgado pergamino.

      Si a una conclusión he podido llegar, a través de viajes por toda Eirea, es que cada pueblo tiene sus peculiaridades. Motivos que, por una u otra razón, hacen que todos merezcan ser preservados. Sin embargo, he de mostrar una cierta parcialidad. Y es que pocos bosques hay, que sean tan bellos como los de Thorin, el bosque blanco o Celthaim. Da gusto el desplazarse por forestas, libres de cualquier suerte de magia negra. Por lo menos, en su mayor parte. A su vez, observar modos de vida, en los que no cabe la sumisión, el fanatismo o el miedo, resulta más que agradable. La corrupción de Takome es indudable. No me cortaré en mis opiniones. Tal afirmación puedo hacerla abiertamente, incluso a los gobernantes del bastión del bien. Nada digo, que no se sepa ya cierto. Ello no hace, no obstante, que la ya citada Takome sea merecedora de recibir el fuego de la destrucción absoluta.

      Me produciría enorme congoja el descubrir que, a causa de una guerra que, tras tantos siglos, ha acabado por intensificarse, hermosos parajes, ciudades y villas quedasen desoladas. Sumidas en el olvido, o acusadas por magia negra que, inevitablemente, acaba por producir más daños de los deseados por quienes la emplearon, en un principio. Desde luego, no soportaría ver que, el modo de vida que ambos defendéis, queda totalmente arrasado. Esta es la razón por la que, sin promesas de ningún tipo, aseguro que, en la medida que me sea posible, financiaré, con mi reducida economía personal, la defensa de vuestras ciudades ante quienes desean invadiros. No deseo ningún mal a quienes pretenden extender su fe en Seldar. Considero que el fanatismo, la creencia en uno u otro dios, no define a las personas por sí mismas. Preferiría que, en algún momento, tan absurda guerra como la que lleváis a cabo, tanto seguidores de Eralie, como adoradores del dios del relativo mal, encontrara su final, de modo que pudiésemos convivir todos en cierta armonía, y luchar contra lo que realmente debería preocuparnos.

      Ahora comprendo que, desafortunadamente, tal utopía jamás se hará realidad. Con tal de velar, de algún modo, por la seguridad de aquellos a los que veo en mayores apuros, financiaré discretamente vuestras tropas, solo para que, al menos, pueda preservarse el estatu quo. Pido que consideréis a aquellos que no desean causaros mal en territorios con los que os mostráis en abierta hostilidad. no repartáis justicia por doquier, incluso para quienes nada han hecho. Meros esclavos, ordenados a combatir. Seguidores de dioses, cuyas voluntades ni siquiera comprenden. Respetad a quienes desean redimirse, no necesariamente llevando una vida de épica  contienda, contra los que fueron sus propios compatriotas, sino también para con quienes ansían emplear una segunda oportunidad, persiguiendo intereses propios, fuera de tanta guerra sin sentido. Si ejecutáis a todo adorador de Ozomatli, sin discernir entre quienes realmente prefieren combatir hasta el final, y aquellos que optan por rendirse, no será justicia lo que enviéis, sino mera venganza. Os convertiréis en lo que, supuestamente, tratáis de mantener a ralla.

      Que el sonido de la naturaleza, el mecimiento de las hojas de los árboles, el brillo de los astros, y el bullicio que muestra la felicidad de las gentes os inspire. Proteged vuestros pueblos. Luchad, para preservar lo que es vuestro. Haced que vuestros enemigos se lo piensen dos veces, antes de arremeter de nuevo contra las potencias de lo que consideráis bien. pero no destruyáis ciudades enteras, ni mandéis al abismo eras y eras de tradiciones, culturas y conocimientos. Todo merece ser preservado.

      Os ruego, como en anteriores líneas, que al finalizar la lectura de esta carta, procedáis a deshaceros de todo rastro de ella. Del mismo modo, si deseáis responder a la misiva, no enviéis respuesta por cuervo, paloma o cualquier medio de mensajería, sea este arcano o común. De hacerlo, nuestro trato podría verse descubierto por quienes nada deberían saber. Nos veremos más pronto que tarde. En tales encuentros fortuitos, podréis entregarme la respuesta que hayáis considerado adecuada.

      Con más estima de la que por papel podría ofreceros.

      Irhydia Iris, ciudadana de ninguna parte.

    • El ojo de Argos512
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      Respuesta de Fornieles:

      26-Feb-24 (20:40) de Fornieles

      Destinatarios: Irhydia

      Asunto: respuesta, un discreto apoyo para con la defensa de vuestros pueblos

      Estimada Irhydia Iris,

      Recibí vuestra carta con gran atención y aprecio por vuestras palabras, las cuales reflejan vuestro profundo compromiso con la paz y la preservación de la vida en nuestros pueblos.

      Vuestra disposición a brindar un apoyo discreto en estos tiempos difíciles no pasa desapercibida, y os agradezco sinceramente vuestra generosidad y consideración.

      Comprendo plenamente vuestra posición respecto a mantener la neutralidad en los asuntos de guerra y respeto vuestra decisión de no involucraros directamente en nuestra contienda.

      Vuestra franqueza y sinceridad son admirables, y valoro profundamente vuestra preocupación por la seguridad y el bienestar de nuestras comunidades.

      Vuestra descripción de los males que acechan a nuestro mundo es elocuente y reveladora. Es evidente vuestro compromiso con la protección de todas las formas de vida,

      independientemente de su afiliación religiosa o política. Vuestra determinación para preservar la belleza y la diversidad de nuestros pueblos es inspiradora y nos impulsa a

      continuar luchando por un futuro mejor.

      Acepto vuestra oferta de apoyo financiero con humildad y gratitud. Vuestra contribución será de gran ayuda para fortalecer nuestras defensas y proteger a nuestros seres queridos de

      cualquier amenaza que se presente. Prometo que utilizaremos estos recursos con sabiduría y responsabilidad, manteniendo siempre en mente vuestros deseos de preservar el equilibrio

      y la armonía en nuestras tierras.

      Vuestras palabras finales son un recordatorio oportuno de la importancia de valorar y proteger todo lo que nos rodea. Me comprometo a seguir vuestro consejo y trabajar

      incansablemente para salvaguardar nuestras ciudades, nuestras tradiciones y nuestro modo de vida, mientras buscamos un camino hacia la reconciliación y la paz duradera.

      Una vez más, os agradezco de todo corazón por vuestro apoyo y amabilidad. Que la luz de la naturaleza y la sabiduría de nuestros antepasados, fielmente personificadas en Eralie, os acompañen siempre en vuestro camino.

      Con sincero aprecio y estima,

      Fornieles Igorith, Archidruida de thorin

    • El ojo de Argos512
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      Respuesta de Molduthus

      Destinatarios: Irhydia

      Asunto: respuesta, un discreto apoyo para con la defensa de vuestros pueblos

       

      Estimada Irhydia Iris,

      Recibo con gratitud y profunda reflexión vuestra carta, que llega en un momento crucial para nuestras tierras y nuestros pueblos. Vuestras palabras transmiten una sensibilidad y

      una comprensión excepcionales de los desafíos que enfrentamos, así como un compromiso inquebrantable con la preservación de la paz y la armonía en nuestro mundo.

      Vuestra oferta de apoyo discreto no solo es generosa, sino que también refleja vuestro profundo entendimiento de la complejidad de la situación en la que nos encontramos. Os

      agradezco sinceramente por vuestra disposición a ayudar, incluso en medio de vuestra neutralidad en los asuntos de guerra. Vuestra solidaridad es un rayo de esperanza en tiempos

      oscuros.

      Vuestra descripción detallada de los peligros que amenazan nuestras tierras es impactante y reveladora. Vuestra determinación de enfrentar estos desafíos y proteger a todos los

      habitantes, sin importar su afiliación, es admirable y nos inspira a todos a unirnos en la lucha por un futuro mejor.

      Acepto vuestra oferta de financiamiento con profundo agradecimiento. Vuestra contribución será invaluable en nuestros esfuerzos por fortalecer nuestras defensas y proteger a

      nuestras comunidades de cualquier amenaza que se presente. Prometo que utilizaremos estos recursos con sabiduría y prudencia, en aras de la seguridad y el bienestar de todos.

      Vuestras palabras finales resuenan profundamente en mi corazón y en mi mente. Vuestra llamada a preservar nuestras ciudades, nuestras tradiciones y nuestro modo de vida es un

      recordatorio poderoso de lo que realmente está en juego en esta lucha. Me comprometo a seguir vuestro consejo y trabajar incansablemente para asegurar un futuro donde la paz y la

      prosperidad sean la norma, no la excepción.

      En nombre de todos aquellos a quienes represento, os expreso mi más sincero agradecimiento por vuestra amabilidad y generosidad. Que vuestro espíritu de compasión y vuestra

      dedicación a la causa de la justicia y la paz sigan guiándoos en vuestro camino.

      Con profunda gratitud y estima,

      Molduthus, aspirante a inventor supremo de Ak’Anon

    • El ojo de Argos512
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      Un espacio en el que leer correspondencia secreta. Reduciendo al mínimo, o a la nulidad, el riesgo de ser descubierto por quien nada debería saber… ¿Cuál es el lugar más seguro para llevar a cabo tan compleja tarea?

      ¡Exacto! Precisamente, el antro más controvertido y peligroso de todos! ¡La Posada del Dragón Rojo Llameante! ¡Justo en el corazón de los pueblos anárquicos. La mismísima fortaleza de Golthur orod.

      Y es que, pocos se atreverían a viajar a tales peligrosas tierras. No quiero decir, con esto, que no pueda observarse cierta belleza en el modo de vida de los orcos (al menos, ellos le encuentran sentido). Simplemente, no es el estilo de todo el mundo, ni del mío tampoco, el ir matándose día sí, noche también. Devorando los restos de los que antaño fueron congéneres. Ahora, meras aglomeraciones de grasa, músculo, hueso y carne. A todo hay que adaptarse, con tal de conservar la neutralidad. Me beneficia a mi, y os beneficia a todos. A tal fin, he retado a muerte a multitud de guerreros orcos, hasta ganarme un estatus de renombre, que me permitiera acceder a los niveles más superiores de la fortaleza que linda con el volcán de N’argh.

      De toda aquella ascensión en la escala social de los caóticos, habrán pasado, al menos, unos 10 años. No es, pues, el asunto que nos concierne.

      Como ya mencioné, debía ocuparme de una importante tarea: leer las respectivas respuestas, que Fornieles y Molduthus dedicaron a la misiva, en que les ofrecía un pequeño financiamiento para la guerra. No con objetivo de erradicar ciudad o poblado seldarita alguno, pues no es mi deseo el destuir modos de sociedades que, aun inconcebibles para unos, resultan adecuados para otros. Simplemente, trato de mantener Ak’Anon a salvo, pues tal es la urbe de uno de los que más aprecio. Lo mismo puedo afirmar de Thorin, uno de los bosques más hermosos de Dalaensar, morada de Fornieles. Sí. Otro ser de luz, a quien le profeso gran estima. Además, nadie desearía, ni siquiera los propios adoradores de Seldar, que una extensión demasiado permisiva de la magia negra tuviera consecuencias impredecibles, que escapasen al control de quienes la emplearon en un principio.

      Sí. En un inicio fui totalmente pacifista. Sin embargo, la intensificación del conflicto me ha hecho descubrir que, a pesar de lo que pueda ansiar de un modo utópico, la armonía total no será posible. No a corto plazo, al menos (un corto plazo de dos eras más, como mínimo). Así pues, me he visto obligada a elegir un poco. Mis intenciones de no involucrarme en una guerra abierta siguen siendo vigentes. No participaré directamente, matando, o hiriendo a nadie, con independencia del señor por quien luche, clame, actúe, formule o o cure. No apoyo, para nada, la contienda entre quienes podrían relacionarse, si no fuera por sus absurdos fanatismos religiosos, pero lo que tampoco puedo concebir, es que se arrasen urbes, bosques, poblados enteros, en nombre de quién sabe qué deidad del panteón de Eralie, Seldar o Gurtang. Luego, por supuesto, acudirán los problemas, deseosos de propagar las tinieblas, surgidas de la desgracia. Y es que de las miles de almas que se pierdan en la guerra, sumada a la ingente cantidad de magia empleada, se alimentarán los muertos vivientes. No espíritus manipulados por nigromantes, cuya existencia en este plano se destina a un simple propósito. Desde luego, no encuentro problema alguno en emplear los espíritus de los difuntos, siempre que tales deseen servir a una buena causa. La complicación se produce, en cuanto seres de planos oscuros, como la mismísima dimensión Y502, emplean el choque de energías etéreas, tanto positivas como negativas, para abrir más huecos por los que penetrar a nuestro mundo.

      A tal efecto, y viendo que el bando del relativo bien se encuentra en mayor desventaja, al menos por el momento, he optado por ayudarles con discreción. NO en nombre de mi clan, pues Arco de iris se abstiene de todo tipo de conflictos entre mortales. Yo también me acogería a tal neutralidad total, si no fuera porque la conquista de un reino entero, ya sea Zulk o Urlom, dejaría tantas víctimas a su paso, que bien podría levantarse un ejército completo de sirvientes de Astaroth. Pecios incluídos, si se suman los cientos de navíos que los no-muertos recuperarán de puertos quemados hasta los cimientos.

      Pecios, sí. ¿Habéis visto alguno de esos constructos colosales? Yo sí. En Y502, y seguro que alguno de vosotros también. En especial, los guerreros de Ar’Kaindia, quienes más contacto han tenido con la dimensión de los no muertos (véanse los estudios extraplanares de Y502, autoría de rijja Al’jhtar). Para quienes han gozado de la suerte de una ignorancia feliz, os prometo que no resulta una experiencia agradable. Serán lentos, sí. Pero letales, poderosos como lo son meteoros caídos del cielo. Los puñetazos que pueden asestar toneladas y toneladas de hierro compactado, bien podrían reventar murallas enteras. Un simple wyrm negro, nada tendría que hacer contra tal autómata de destrucción abismal, siendo seccionado en dos en cuestión de segundos. Y esas bolas de energía… A los arqueros más expertos y temerarios, solo puedo realizarles una recomendación. Si los avistáis en la lejanía, procurad que siga siendo en la lejanía. Corred, y no dejéis de hacerlo hasta encontrar un ejército apto para contenerlo. Ni se os ocurra dispararlos, sin mago que se interponga entre vosotros y la fatalidad. Creéis que la distancia os salvará de la muerte, ¿no? No es así. He visto criaturas del estilo, lanzar por su centro, esferas blanquecinas de tal poder, que la tierra que sucumbe bajo ella se ahueca poco menos de un kilómetro a la redonda, levantando nubes de polvo, del tamaño de media torre negra. Tiradores mucho mejores que yo han caído fulminados, por tratar de vencer a tales aberraciones en combate singular. ¿A caso queréis ver moles del tamaño de cien golems de piedra, caminar por lo que antaño fueron vuestros hogares? Os aseguro que yo no.

      De a cuerdo. Tal vez, un suceso de proporciones tan trágicas no llegue a producirse. Es poco probable, en efecto, que las huestes de un dios olvidado se fortalezcan tanto como he expresado. Pero, ¿por qué arriesgarse? Además, no deseo que un pueblo tan humilde y agrario como Brenoic sucumba a la masacre. Mucho menos puedo pretender, que se arrase un bosque entero, o la mismísima capital de los gnomos, sin hacer algo para evitarlo.

      Confío en que mi pequeña aportación a los ejércitos del bien sea suficiente como para que, de un lado, los seguidores de Seldar y Ozomatli no puedan realizar una verdadera conquista, mientras que, por el otro, resulten escasos como para permitir la devastación de un imperio. Mucho menos, de una ciudad como Grimoszk. No es que vaya a apoyar la esclavitud de los capturados en incursiones, a manos de los combatientes de Zulk, pero tal crueldad, ni de lejos, merece la destrucción de un pueblo que, aun bárbaro en ciertas costumbres, resulta atrayente en cuanto a tradiciones más espirituales. Tengo amigos y conocidos en ambos bandos, y desearía que todos pudiesen seguir vivos, sin la imperiosa necesidad de un derramamiento de sangre excesivo. La guerra conlleva muerte. Tal afirmación es innegable. Pero no provoquemos más de la estrictamente requerida. En cuanto el equilibrio de fuerzas vuelva a restablecerse en una balanza más o menos estable, regresaré a mi neutralidad anterior. Hasta entonces, considero que tal pequeño apoyo es necesario.

       

      En definitiva: Tras realizar una larga incursión al bosque de Taubürz, eliminando muertos de la senda del septentrión, y adentrarme en las catacumbas profundas de Golthur, con tal de eliminar a los espectros, en los que se pudiera leer, entre toques gélidos, ráfagas de energía helada y rayos de poder arcano, amenazas de que tales espíritus emergieran a la superficie, acudí a la taberna más famosa entre los servidores de lo caótico. Llevando, como no, varias muestras de huesos, pellejos y trozos de carne hedionda, almacenados en un petate de cuero, con tal de demostrar mi reciente labor eliminando aberraciones. Algo que, sin duda, contribuiría a incrementar un poco más mi estatus entre los clientes de aquel hostal. Sin embargo, no hizo falta mostrar nada relacionado con criaturas no vivas. Tuve oportunidades de sobra para mantener mi posición en la sociedad orca, en el poco tiempo que pasé en el lugar de reunión y festejo preferido por los habitantes de la fortaleza negra.

    • El ojo de Argos512
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      Posada del Dragón Rojo Llameante

      ¡Ha resurgido de sus cenizas! He aquí la más sucia, pestilente, enfermiza, insalubre, tóxica, ponzoñosa, venenosa, mortífera, hedionda, asquerosa, vomitiva y orca de todas las

      tabernas de Eirea. Donde el caos es el primer aliado del cliente. Disfruta de todas las delicias que aquí se sirven. Y cuidado con las sillas voladoras -cuando no clientes

      voladores- que de vez en cuando se avistan por el espacio aéreo de este antro. El tabernero, uno de los orcos más obesos, ha sacado adelante este negocio centenario pese a seguir

      la máxima del «un trozo de carne para ti, dos para mí» que tantos estragos causó durante la regencia de Alg. En la zona oeste de la sala se encuentra la barra, tras la cual está

      G’nurrtuk, el mencionado tabernero. Detrás de él, un armario que ocupa toda la pared, repleto de botellas, trozos de comida pudriéndose, clientes muertos, etc. El resto de la sala

      está completado por mesas y sillas, en diversos estados de rotura. Y no. Las paredes no están pintadas. Son restos de sangre, o de comida ensangrentada. Al sur, tras una cortina,

      se encuentra la sala para clientes importantes (los más borrachos de todos). ¡Bon apetit!

      Puedes ver cinco salidas: -sudeste-, -noreste-, -este-, sur y norte.

      *****

      __Irhydia cruza la entrada de la taberna y, observando el maravilloso percal (un bullicio sin igual, una contienda entre dos orcos que se embisten cuerpo a cuerpo al este del local), se acerca al tabernero.

      __De camino a la mugrienta barra del establecimiento, una silla de madera pasa volando junto a Irhydia, quien da una ágil y estilizada pirueta hacia atrás para esquivarla. El citado mueble se estampa contra el cráneo de un bárbaro. Con tan mala suerte, que la pata zurda inferior del asiento se clava en el ojo de quien, en estos instantes, yace en la superficie de piedra sin pulir, con una estaca del tamaño de un pequeño roble atravesándole los sesos. El suelo no puede mutar su color a uno más rojo, pues la sangre ya inhunda el local de por sí. Sin embargo, sí que adquiere un tono más brillante y vermellón.

      __Se oye un poderoso grito, proferido en negra, desde un lugar desconocido al sur de la posada. Luego un chasquido. De látigos, lo más seguro. Un grupo de goblins, con las piernas repletas de grilletes, descorre la cortina meridional. portando cada uno una escoba, se acercan al espacio ocupado por el cadáver del orco. Limpian la sangre reseca (si es que limpiar es el verbo que define la acción de frotar un raído palo de barrer, más mohoso que un queso estirado y tendido al Sol durante año y medio) y, agarrando al ex bárbaro por ambas piernas, arrastran el cuerpo hacia la barra.

      __Irhydia observa la escena, ocultando la repugnancia que le produce todo aquello. No conviene mostrarse demasiado sensible con aquellas bestias encantadoras. Alzando la cabeza, desviando la mirada de los esclavos, se dirige a paso raudo hacia el carnicero.

      __G’nurrtuk, el carnicero, pregunta a Irhydia, en una voz de volumen tan elevado, que sin dificultad atraviesa el incómodo ruido de tanta multitud. Hasta podría agrietar las paredes de unas catacumbas, sin el prodigioso esfuerzo, llevado a cabo por quien emplea un hechizo de terremoto.

      __G’nurrtuk, el carnicero, pregunta: ¿Qué va a tomarrr?

      __Irhydia se gira y lee el terrible menú, anotado en el pellejo que cuelga de la barra. La tinta no es tal cosa, sino sangre solidificada, restos carbonizados usados como pintura negra de un lienzo, y semen de orco, mezclado con quién sabe qué sustancia, que le confiere un tono rosado. Tras examinar la nada atrayente oferta, concluye que lo más sensato sería pedir algo que le hiciera parecer más bruta y que, al mismo tiempo, le valiese como arma.

      __Irhydia, tras sopesar sus opciones, responde, en un negra algo chapurrero: Tomaré un cráneo de enano. En su correspondiente jugo natural, por supuesto.

      __G’nurrtuk, el carnicero, se gira hacia el interior de la barra. AL grito de, ¡cocinero! Se oye un fuerte golpe. Luego todo es silencio, salvo en el tumultuoso exterior.

      __Otra pelea cuerpo a cuerpo se produce en el centro de la sala. Esta vez, sin embargo, las cimitarras hacen acto de presencia. Los aceros chocan. Metal contra metal, produciendo colisiones tintineantes, hasta que uno encuentra carne. El vencido cae al suelo, con las tripas liberadas de la horrorosa prisión que conforman la carne, la grasa y el músculo. Justo cuando varios orcos se disponen a hacer acopio de tan suculento banquete, una colonia de cinco arañas enormes entran a la posada, a través de un portón siempre abierto, y arrastran al destripado hacia el banco de la capital, en el que dispusieron su madriguera. Tirando de sus intestinos, cuan si de cadenas se trataran, a través de todo el corredor central del primer nivel de Golthur Orod. ¡Señor! ¡Pague la cuenta! Y una vez la deuda fue saldada, los arágnidos abandonaron el hostal. ¡Que continúe la fiesta!

      __Poco después, el carnicero regresa con el cráneo. Justo en ese momento, uno de los empaladores borrachos se gira hacia irhydia, empuñando una enorme hacha, con la que pretende partirla por la mitad. La chica realiza un rápido movimiento, eludiendo el ataque, patea al orco en la entrepierna y, aprovechándose del aturdimiento causado, blande su pedido, a modo de piedra, arremetiendo una y otra vez contra el rostro del asesino. ¡Hora de comer! El carmesí de la sangre que contenía el cráneo de enano se mezcla con el que emerge del rostro desfigurado de un orco muerto más. Los clientes aplauden la escena, entre gritos de júbilo y puñetazos en  las mesas, mientras alzan los brazos y claman el nombre de quien se identificó a sí misma con el apellido de Iris, de modo semejante a como lo habían hecho segundos antes, honrando a los vencedores de los dos juegos anteriores.

      __La semi-elfa se gira hacia el tabernero, y coloca varios montones de monedas en la barra, mientras solicita un alquiler en el barracón noble. EL rostro del posadero, primero rígido por tan cara e impagable demanda, se va tornando en una sonrisa de complacencia, a medida que aumenta el montón de oro sobre la alta y robusta barrera de madera, en la que moran las termitas y el sarcoma. Con rostro de estúpido embobado por tanta riqueza,  le ofrece una llave de bronce a Irhydia, antes de retornar a sus quehaceres.

      __Haciendo acopio de valor y fuerza de voluntad, Irhydia se acerca el cuenco (es decir, el cráneo) a los labios, con tal de mostrar una buena impresión a quienes le observan beber. todo ello, mientras se acerca, lentamente, a la puerta del sudeste. Entre sillas, mesas, cuerpos, más sillas, mesas y cuerpos. Pisando algún que otro miembro amputado, o algún trozo de comida, que no cayó al suelo, sino que simuló surgir de él. El tacto de aquella superficie bajo sus pies es viscoso, cuanto menos. Y sí, la sangre sabe mejor de lo que huele. Una puede tomársela, sin demasiado riesgo de vomitar, si antes se tapa la nariz. Aunque, teniendo en cuenta la nula preocupación de los orcos por la higiene, tampoco es que sepa precisamente a jalea real.

      __Justo antes de llegar a los barracones, los recogidos cabellos de la chica se mueven sutilmente, advirtiéndole de que algo se dirige hacia ella. Llega a girarse a tiempo para esquivar lo que sea que fuese a golpearla, antes de percatarse de que, lo que en aquel momento, trataba de impactarla, no era un puñal, un cuchillo, una flecha o una cimitarra, sino un mero trozo de jabalí, lanzado por un orco gordinflón a quien conoció hace tiempo. Acercándose ambos, y en un medio abrazo, Raacharg e Irhydia se encontraron de nuevo. Fue una conversación pasajera, en la que uno y otro compartieron algunas de las vivencias más recientes. Los duros entrenos en la academia de bárbaros, el régimen cuantioso al que tal especialidad de rudos guerreros se veía sometido, las matanzas de muertos y demonios… Fue una charla ligera, que no duraría ni cinco minutos. Ello no impidió que resultara gratificante. AL fin y al cabo, incluso en tales antros puede hallarse a algún amigo o conocido.

      __Dos puñales se dirigen hacia la extraña pareja de amigos. Raacharg tenssa los músculos y soporta la daga en su hombro, sin acusar el dolor. Irhydia la esquiva, blande su arco de chispas, le coloca una flecha, y dispara contra el goblin que acechaba desde la puerta. Todo ello, a una velocidad increíble, envidiable incluso para el mismo relámpago. El atacante cae al suelo, fulminado, con un proyectil incendiario sobresaliéndole de la nuca, abrasándole los pocos pelos de la calva, antes de ni tan siquiera haber logrado pisar el suelo de la taberna.

      __Irhydia se aleja hacia la puerta del barracón sudeste, no sin ofrecerle antes a Raacharg algo de agua, con la que limpiarse la herida (agua bendita de un odre, que siempre lleva consigo), un puñado de vendas, unas alhovas, dos gefnuls y un winclamit, por si las moscas.

      __Hablando de moscas. NO es que hubiesen pocas en toda aquella posada. Entre tanta comida, podredumbre y cuerpo muerto tirado por ahí, los insectos, desde luego, no carecían de algo con lo que entretenerse. Zumbando, volando, chupando, volando y zumbando de nuevo. Desde el principio de los tiempos, hasta el fin de los días.

      __Irhydia abre la desvencijada puerta del barracón sudeste. Más que abrir, empuja la puerta con un dedo. La eludida se mueve, chirriante, sin oponer resistencia alguna. Ni llave hizo falta para descerrojar lo que nada tiene por seguro. «tendrán que cambiar la cerradura. No, la puerta entera.» -Pensó-. A los goznes de aquella cosa poco le quedaban para ceder. Ante ella, se dislumbra un barracón que, si bien no podía calificarse de lujoso, sí resultaba cómodo. Incluso limpio, más allá de los estándares de aseo convencionales.

       

      *****

      Barracón nuevo

      Este gran cuarto podría albergar a todos los orcos rezagados de la Fortaleza, de no ser porque aquí sólo acuden los orcos de peor reputación y menos riqueza. Parece ser que ha sido

      reconstruido recientemente, poniendo especial atención en que procure un descanso excepcional incluso en las peores condiciones. La estancia está llena de camas que a las que

      regularmente se añade una nueva capa de paja para mantener el confort exigido por los más refinados Golthur Hai.

      Puedes ver una salida: -noroeste-.

      *****

       

      rol \Tras beber algo que le aliviase el asqueroso sabor de la sangre enana, mezclada con quién sabe qué, lavarse como pudo, mediante algo de agua de su odre (no demasiada, pues bien sabe que, en aquel antro, es mejor conservar líquidos), y alguna hierba higiénica de las que porta consigo, la semi-elfa se quita ambos guantes de cuero, guardándolos en los bolsillos de sus pantalones, con tal de dejar sus manos libres. Extrae dos rollos de pergamino, de los citados compartimentos de sus vestimentas del acechador de caminos.

      __Observando en todas partes, concluyó que nadie la estaba siguiendo. Acechó bajo las camas, entre los escasos muebles, y el convencimiento de que nadie la vigilaba se hizo más notorio, que no absoluto.

      __Irhydia se apoya en la puerta, impidiendo que nadie pueda abrirla sin que se dé cuenta. Se cerciora de que no hay hueco por el que puedan observarla desde el exterior, ni miradas que, teniendo en cuenta el ángulo desde el que pudiesen observarla, descubriesen el contenido de aquellas misivas.

      __Irhydia leyó una de las cartas, con cuidado, acercándosela lo más posible al rostro, reduciendo el riesgo de que la descubrieran. Satisfecha, acercó su cerbatana ígnea al papel. Colocó una bolsa de cuero, reforzada mediante un encantamiento ignífugo, debajo del pergamino que ardía cerca de sus dedos, sin llegar a afectarla seriamente. Las grabbhas eran un gran remedio contra el fuego, pero al final hubo de soltar lo que quedaba, antes de quemarse de verdad. luego tendría que esmerarse en la hidratación de la piel ligeramente dañada. ¡Benditas alhovas!

      __Irhydia fue dejando que las cenizas cayesen en el interior de su pequeño saco. A continuación, leyó una segunda carta, de contenido desconocido, y repitió el mismo procedimiento, mientras se mostraba satisfecha. Bien. Ahora solo quedaba deshacerse de los restos. Tendría que visitar el volcán de N’arg y arrojarlas al cráter. Pero antes…

      __Irhydia coge algo de sus pantalones del acechador de caminos y lo arroja al centro de la sala. El contenedor de vidrio se rompe y una cegadora deflagración, inocua, inunda la estancia en su totalidad. Se trata de un frasco de revelación de entidades, que un fiel amigo le había entregado, hará ya casi un lustro. Todo ser invisible que morara por aquel barracón sería descubierto. De acuerdo. Tal artilugio no es ideal para ser empleado en espacios grandes. Pero confiaba en que, en tal barracón, le sirviera. No le falló. Un ser enjuto, pequeño, barbudo. Un gnomo de aspecto descuidado, se manifestó a su derecha, acompañado por quince gemelos idénticos. Al principio, sonreían con malicia. Un nuevo secreto que vender al mejor postor… Hasta que se miraron los brazos y se alarmaron, viéndose descubiertos.

      __Gnomo desgarbado, dice en voz tan baja como fría: ¡Tú! ¡Sabíamos que ocultabas algo! ¡Sabrán de tu traición, y yo del oro que me pertenece! ¡Muere!

      __EL gnomo alza ambos brazos, mientras empieza a formular un hechizo. Una docena de espadas inmateriales, de origen espectral, se disponen a golpear a Irhydia pero, en un extraordinario momento de lucidez, la cazadora se percata de que todas aquellas armas voladoras no son más que una ilusión. Con gran premura, alzó su mano derecha hacia el frente. Un anillo rojizo se avistó en su índice. Lo acarició sutilmente con la punta del pulgar, y este empezó a emitir ascuas rojizas, antes de desatar sobre el ilusionista una ráfaga de energía, que destruyó la totalidad de los espejos de un plumazo.

      __El hechicero, viéndose acorralado, trata de lanzar otro conjuro, pero un dardo le impacta en el hombro, haciéndole perder la concentración. En menos de un pestañeo, el espía se hallaba en el suelo del barracón. A merced de quien tendría que haber sido el objetivo de un contrato que, obviamente, había sido incumplido de la forma más desastrosa posible. Situada tras él, Irhydia le inmovilizaba de cintura para arriba, en un abrazo de todo menos cariñoso. De piernas, rodeándolas con las suyas, mientras le presionaba las manos contra el rostro, impidiéndole respirar. Todo ello, mientras le observaba, directamente, a unos ojos asustadizos, y le susurraba: “Lo siento. Me incomodan sobremanera los entrometidos Mmm. ¿Eh? ¿Decíais algo?

      __El gnomo se debatió inútilmente, tratando de librarse del agarre de Irhydia, mientras sus enmudecidos sonidos se expandían en el silencio, amortiguados por un vacío impío. Obviamente, nada logró responder, aunque tampoco es que hubiera algo que lo justificara en sus actos, que no fuera la mera codicia. El azul se manifestó en las orejas del hechicero, incapaz de defenderse sin sus poderes arcanos. La  luz de sus ojos se apagó para siempre, y un cuerpo más se añadió a la lista de caídos en la Posada del Dragón Rojo Llameante. El mensajero apostó y, finalmente, acabó por perderlo todo.

      __La semi-elfa deja de hacer fuerza sobre el que partió, lejos del mundo de los vivos, deposita el cadáver con suavidad, vuelve a inspeccionarlo todo a su alrededor y, finalmente, llega a la conclusión de que nadie más estaba escuchando lo que no debía.

      __Tras enfundarse de nuevo los guantes de cuero de Urlom, Irhydia abandona el barracón, arrastrando un peso muerto consigo. Raacharg aparece de nuevo, y tomando el cuerpo que la chica le ofrece con generosidad, comienza a degustar un delicioso manjar de gnomo crudo, sin ningún recato por las costumbres propias de reinos más civilizados.

      __El tabernero observa la escena con asombro. Pobrecito… Otro informador que desaparece por causas naturales…

      __Irhydia regresa hacia la barra de G’nurrtuk. Depositando nuevos montones de oro, susurra al posadero: “Nunca he estado aquí.” El orco la observa impresionado. Poco a poco, su mirada se torna satisfecha, como si nada hubiese ocurrido en lo referente a su personal de espías. Asentía con vigor creciente, a medida que se acrecentaba la paga depositada ante sus narices, hasta que las monedas formaron un pequeño montículo, del ancho de una palma, y de la longitud de medio codo humano.

      __En pocos segundos, la puerta de la taberna se abre, y nadie se percata de que la chica se escapó, en el confortable refugio que le otorgan las sombras. Qué bien sentaría ahora, el darse un baño refrescante en las aguas del lago de cristal.

      __De los restos del mensajero de secretos, nada queda a penas. Los colegas de Raacharg dieron buena cuenta del ilusionista. Sin embargo, algo quedó para comer. Una nueva oleada de arañas irrumpió en el local, y se sumó al nuevo plato de la carta. Las hachas, cimitarras, garrotes, puñales, y demás armas desenvainadas indicaron, con una aguda reverberación que no ofrecía margen de duda alguno, que a la clientela no le entusiasma la idea de compartir.

       

       

       

       

       

       

       

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