Respuestas de foro creadas
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en respuesta a: Recompensas por aportaciones al MUD #348545
Personalmente como principal escritor de Questorium puedo asegurar que es una tarea que requiere demasiado tiempo como para que no se otorgue ni gestas ni nada en absoluto por ello. No se cual es la razón por la cual estos proyectos que ayudan a la comunidad no pueden ser recompensados con gestas o con cualquier otro tipo de premio, ser tutor de un novato otorga sus recompensas aunque no sirva de nada, pues un tutor debería estar encima del novel a todas horas, y todos sabemos que no es así. Dicho esto, estoy de acuerdo que estoy redactando e ilustrando una quest que no he creado yo, quizás debería dar menos puntos que otras, pero algo debería dar creo yo, básicamente porque además de ayudar a la comunidad, creo que es un proyecto bastante rolero, que lleva sus descripciones de pjs, fotos, etc. Con esto no quiero decir que no siga con el proyecto, por supuesto seguiré con la web pero de una manera mas pausada, chino chano.[/quotHola a todo el mundo.
Poco hago en esta respuesta, más que mostrar mi acuerdo con el hecho de que los creadores de iniciativas como el questorium tengan derecho a recibir una recompensa digna de su trabajo. Y es que, después de luchar contra el maldito campo para responder, el cual parece no llevarse bien conmigo, o con mi lector, trato de engrosar el número de respuestas a este debate, para ver si conseguimos así que el asunto cobre relevancia.
Por mi parte poco puedo ofrecer que no sean unos cuantos cientos de platinos y alojamiento gratuito en el futuro solar que llegue a construir algún día para las fichas compatibles con mi diplomacia, que sean propiedad de alguno de los creadores de este proyecto. Sin embargo, correspondería a los inmortales y al CDJ gestionar algo como esto. Yo al menos, le pondría 1.000 puntos de gesta a cada una de las guías de cada quest, beneficiando a todos los creadores de la guía por igual, pero poco puedo hacer desde mi mera posición de simple mortal.
Espero que os tomen en consideración.
Carpe diem.
en respuesta a: Memorias de Irhydia, los inicios #347958Memorias de Irhydia; los inicios (parte 3 de 3) Lo que nos queda
Destrozada como estaba, solo pude acudir a su hogar, tal y como me pidió, y simulando una muerte aun mucho más temible de uno de los líderes del movimiento rebelde, escribí unas cartas a la capital del eterno cielo gris, gracias a las cuales me consideraron fiel acólita de Seldar, lo que me permitió ganarme la vida en otro lugar más, a pesar de que en realidad no creyese en ninguna divinidad y tuviese que fingir en ocasiones para conseguir beneficios, de otro modo inalcanzables.
Pasados unos años, atormentada por los recuerdos de la ciudad, decidí emprender mi camino de nuevo a Anduar, no sin antes despedirme, aun con falsedad quizás, de gente despreciable, como Hermillo, a quien no sé ni como logré conocer, para mi desgracia. Algunos, sin embargo, se mostraron más simpáticos durante mi estancia, hasta el punto de convertirse en verdaderos confidentes. Ismutus fue uno de aquellos que logró llenarme el corazón de esperanza. Obviamente no compartía las creencias del sacerdote, lo que curiosamente no resultó ser ningún impedimento para con nuestra mutua confianza. Fue sorprendentemente bueno conmigo, así como con sus allegados, lo que pagó con su vida, ayudando en la defensa de una importante partida de campesinos que pretendía refugiarse en la fortaleza de Dara durante una incursión orca.
Mis días siguieron transcurriendo durante viajes alrededor de toda Dalaensar, siempre y cuando no decidía volver a Anduar para trabajar y ayudar con parte de mis beneficios a los pobres, cuya brecha de oportunidades con los ciudadanos de aquella urbe no para de crecer a cada mes que sucede al anterior. Mis mayores y sinceras felicitaciones a la ciudad más próspera del continente. Sus pieles exteriores son de diamante y mármol blanco pulido a conciencia, mientras que en su corazón la gente muere y muere y vuelve a morir de inanición por el capricho de unos pocos indeseables que distribuyen los recursos económicos a favor de quienes los adulan. Pero claro, ¿qué puede hacer una simple arquera errante como yo? Las revoluciones no acaban bien si no se planifican con gran detalle y cuidado, tal y como me mostró la funesta suerte de Sirgol. Una dura lección sobre la realidad de este mundo, de la que conviene reírse por no enloquecer. Al menos no todo es malo, y tal vez en otra vida, en otro nuevo juego de azares, la buena suerte sea más considerada con los desfavorecidos.
en respuesta a: Memorias de Irhydia, los inicios #347957Memorias de Irhydia; los inicios (parte 2 de 3) Hacerse mayor
¿Dónde iría? Pues a Anduar, claro. Durmiendo en tabernas de mala muerte; bañándome bajo la lluvia; obteniendo los alimentos directamente de la naturaleza como la cazadora experta en la que me había convertido; trabajando en la confección de zapatos de lujo.
La empresa “El Calzador Esmeralda, muy popular entre la aristocracia local en aquellos días pasados”, era propiedad de un noble, cuyas miradas lascivas me hacían pensar en su hambre carnal, a pesar del sufrimiento que me pudiera causar. Mi arco, sin embargo, lo mantuvo a ralla durante todo ese tiempo, hasta que, en un agresivo intento de cumplir sus deseos en la arboleda de Ucho, una flecha de plata de mi arma preferida decidió volar con certero augurio hacia su estómago y dejarle morir lenta e inexorablemente, gritando de dolor como una gata desollada en vida. Nada quedó de su cadáver, pues una bonita salva de munición ígnea dio lugar a una nube incendiaria que rodeó su forma inerte de un fuego que todo lo destruye, eliminando cualquier rastro de lo que en aquellas tierras había sucedido. Con las joyas que pude vender de su cuerpo, jamás hallado, cómo no, me permití unos lujos más que inasequibles para los de mi condición en las estancias nobles de la taberna del dragón verde, mientras que, como miembro de una partida de caza, decidí contribuir al comercio de las carnes y las plantas de diversos tipos. Fue Shilops, el botánico del jardín más importante de Anduar, quien me enseñó gran parte de lo que no aprendí por mi cuenta sobre vegetación venenosa, curativa y comestible.
Por vivir tanto en la taberna del dragón verde, pude conocer a personas más que sorprendentes. Algunos groseros borrachos, orgos civilizados (el aquel entonces joven Karsig sería buena muestra de ello), enanos fiesteros, mas siempre dispuestos a hacer amigos y a alargar las noches hasta el alba, creyentes y no creyentes en diferentes deidades, orcos y kobolds salvajes, otros que renegaban de su anárquica y caótica sociedad y decidían desaparecer a ojos de sus congéneres… Incluso algún bardo, creyente en Seldar, casi logró llevarme a la senda del antagonista de Eralie. Claro que cuando conocí la historia de unos huérfanos que apuñalaron repetidas veces a un inquisidor de Galador por tantos años de adoctrinador sufrimiento, pues como que perdí toda fe, aunque eso es historia para llenar otro rollo de tinta.
Mi primer y único amante, Sirgol, alegría de almas atormentadas por el dolor, célebre intérprete musical, narrador de historias, poemas y chanzas, también apareció en aquella ciudad. Sus amigos y yo poco tardamos en hacer buenas migas, y aunque no compartía su interés por la rebelión del Culto al Lujo contra el imperio dendrita, considerándola imposible e innecesaria, la verdad es que me dieron bastante en que pensar, aun más buenos recuerdos que cualquier otra compañía de mi vida hasta la fecha.
Huyendo junto a mi querido bardo de la implacable justicia imperial, hacia lo más profundo de las grutas del lago de Aethia, solo pude ver en sus ojos el miedo por el inevitable destino de recibir, más pronto que tarde, una tortura y ejecución tan cruel como la de sus compañeros, capturados y castigados una semana antes, a manos de las nada tolerantes legiones de Dendra. Algunos fueron quemados, otros ahogados en ponzoña burbujeante, otros atados a un palo de hierro más alto que la torre negra de Mor Groddur durante el transcurso de una tormenta eléctrica, otros abandonados a manos de una sociedad anárquica en el Erial de los condenados, donde unos orcos decidieron clavarlos al suelo mediante estacas de madera y dejarlos sofocarse y pudrirse al Sol, o bien empalarlos con terribles armas de asta roñosa, decorando con sus esqueletos el primer nivel de la fortaleza de Golthur Orod. Siendo tal su aciago destino, decidió acabar con todo. Los detalles de su muerte me los ahorraré por el momento. Lo único que puedo testificar en estas líneas que escribo bajo las copas de los árboles del Claro de los Nyathor durante la puesta del Sol, es que no sufrió ningún dolor ni temor en el poco tiempo que le quedó. -
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