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Anónimo
Inactivo20 septiembre, 2020 a las 19:06Número de entradas: 175Aesiria pierde su tiempo de forma aburrida en la posada de La Garganta afinada, al sudeste de la ciudad de Keel. Su jarra está medio llena y da sorbos de cerveza por costumbre, más que por sed. Se inclina en su silla y cruza sus brazos tras su cabeza, poniendo los pies sobre la mesa. Fuera llueve a cántaros y la taberna se ilumina de tanto en tanto por la luz de los relámpagos lejanos.
Cuando finalmente decide abonar la cuenta y largarse de allí, una figura entra en la posada. Parece un hombre-lagarto, cubierto con un chubasquero y completamente empapado entra cautelosamente, observa a cada uno de los comensales y se sienta en una esquina, sin apartar su mano derecha de su abdomen.
Nadie lo hubiera percibido, pero las gotas de agua que caían de su impermeable se evaporaron y dejaron al descubierto unas de color oscuro que no lo hicieron. Entró malherido y se estaba regenerando bajo sus atuendos.
Siendo algo de lo más sospechoso, Aesiria volvió a sentarse y decidió quedarse allí. Al cabo de un rato, el forastero pagó su bebida, se levantó, observó primero a través del cristal de la ventana y luego a ambos lados de la calle antes de salir. Aesiria, embozada en su capa de las sombras, hizo lo propio. Pagar y seguirle manteniendo la distancia.
Lo siguí calle arriba hacia la plaza central. Allí, giró hacia la derecha, camino de la puerta oeste. Una vez allí, pasó tras los corsarios que aguardan la entrada y se dirigió senda hacia el templo del noroeste. Lo de templo es metafórico, en verdad es un altar antiguo y viejo, sin paredes que lo rodeen. Pudo haber sido un templo en algún momento, ahora solo un trozo de piedra usado por los transeúntes para sentarse a descansar y quitarse las piedras de sus botas.
Una vez allí, observó al forastero. Se introdujo por un hueco tras el altar. Aesiria, sorprendida, se acercó con cautela y aprovechando su visión nocturna típica de los seres de la suboscuridad, dio unos pocos pasos y se adentró tras el ser sospechoso.
Paso a paso, con cautela, llegó a una encrucijada. Rastreó el suelo en busca de gotas de sangre, pero ya no había. Un ruido la alerto al norte, así que se dirigió hacia allí cubierta por el manto de las sombras.
Recorriendo el pasillo con una mano en el muro de baja altura y piedra caliza, descubrió al final de este a nuestro lagarto luchando contra un Golem de Cristal. Armas en mano, el lagarto golpeaba con furia al Gólem y este le respondía del mismo modo, con golpes que estallaban en esquirlas de cristal en la sala. Era un combate fiero, duro, a vida o muerte. Finalmente, casi exhausto, el lagarto propinó el golpe mortal al golem, resquebrajándolo en mil fragmentos que se desmaterializaron en el suelo. Allí había, entre ellos, un fragmento de medallón.
El forastero sacó otros de sus bolsillos y los junto todos. Dijo…
Forasteo: Lo tengo… por fin los tengo….
…Entre exhalaciones de cansancio.
Cuando se disponía a darse la vuelta, el filo de una daga fría como la muerte le rozó el gaznate y una voz susurrante le dijo…
Aesiria: Explicame muy lentamente para qué son esos fragmentos… si la respuesta no me convence, los cogeré de tu cadáver y lo averiguaré yo misma….
El lagarto sorprendido y entendiendo su situación, le respondió…
Lagarto: Son fragmentos de un medallón… se pueden unir todos en el altar y… recibir un medallón especial… eso dicen. Llévatelos… no importa, no son tan valiosos…
Aesiria: Bien… algo he oído de esa historia… esta vez te dejaré marchar, pero te advierto… no me gustan los forajidos que tratan con magia negra… Ahora, cuenta hasta 10 y no des ni un paso….
El cuchillo retrocedió lentamente y la figura de Aesiria desapareció en las sombras. El lagarto, poniéndose la mano en el gaznate, observó a su alrededor. Ni rastro de aquella figura.
Temeroso, encendió una antorcha y se dirigió hacia la sala principal. Allí, rebuscó cada rincón, pero no encontró nada. Seguro de su situación y entendiendo que el peligro había pasado, puso cada uno de los fragmentos en el altar y un fulgor iluminó cada medallón por separado, finalizando en un destello. El sonido de un medallón espectral golpeando el suelo culminó el ritual.
Sonriente, no percibía nada. El reflejo del medallón en sus ojos cegaba cualquier posibilidad de lo que ocurriera a su alrededor. Así fue que una espada corta salió de entre la oscuridad y le atravesó los músculos y tejidos de la espalda, justo detrás del corazón, acabando con su triste vida de forma agónica.
Aesiria recogió el medallón y volvió a esconderse en la oscuridad. Pensó para sí misma: La respuesta parecía convincente… pero no podía fiarme. A demás, no hagas la faena que puedan hacer otros.
Aesiria dice: El valle de las sombras es ahora tu hogar, lagarto.
Aesiria sostuvo el medallón del nigromante de su cordón y lo guardó en su mochila con recelo.
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