Inicio › Foros › Historias y gestas › Registro 2 de Olandir
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Olandir Ithilfaer nació en el seno de la conocida familia Thorinya, Ktherel. Entre bosques de verdor, la vida del aún joven guardián de la naturaleza se desarrolló sin complicaciones. Acunado por el amor de los suyos, de unos padres disciplinados en sus enseñanzas, mas flexibles en cuanto a mostrar sus emociones, un chiquillo curioso, extremadamente bondadoso, incluso demasiado para un infante que debería haber manifestado un enérgico espíritu gamberro mediante alguna travesura de gusto cuestionable, se desarrolló hasta convertirse en el ser que ahora es.
Olandir mostró una empatía sin igual en sus primeros años. Una conexión con el entorno que no hizo, sino ampliarse de modo exponencial, a medida que el muchacho se acercaba a su décimo aniversario, y que incluso en la actualidad, no hace otra cosa sino crecer. A diferencia de su hermano Alden, con quien desde que era un bebé, forjó un vínculo irrompible como el diamante, cálido como el mismísimo astro rey, nuestro protagonista no mostró un interés sobresaliente por el combate físico, las armas de filo corto y las de larga distancia. A edades tempranas, cuando Alden y sus amigos corrían entre los árboles, saltaban de rama en rama, dotados con el ímpetu de la juventud, aun también con la temeridad que los niños muestran en inocentes alardes de improvisación, sin conciencia alguna del peligro, y realizaban ademanes de quemar todo el sector meridional del bosque espeso (lo que les condujo a alguna que otra reprimenda de proporciones draconianas), Olandir practicaba ya el poderío natural que en su cuerpo vive, crece y se expande como el aura de un brillante Sol.
Mucho antes de lo acostumbrado, incluso entre los druidas que protegen su familia, el poseedor de la magia natural al que nos referimos empezó a mostrar su potencial. Ya a los 4 años, su magia comenzó a manifestarse. Y por si tal azaña fuese poca cosa, lo más sorprendente, es que todo se inició con un pequeño resquicio de poder sanador. No tan pequeño, al fin y al cabo, pues de un modo completamente autónomo, sin que ni tan siquiera sus padres le hubiesen hablado aún de lo que significaba ser un guardián de la vida, y de los dones que Eralie ofrecía a unos pocos, logró restaurar la condición física de un lobo moribundo. Dejándolo en perfecto estado, como si nada le hubiera sucedido. Como si las arañas malditas que moran por la senda del túmulo, al oeste del claro central que rodea la cabaña principal de los Nyathor, jamás lo hubiesen acribillado a picotazos.
El acto no fue premeditado. Ni siquiera fue precisamente consciente. Una semana antes, Olandir jugaba con ese lobezno. Cariñoso como un perro, el cánido se había acercado al chico, con tanto ímpetu, con tanto amor, que ni siquiera su madre, una loba de buenas proporciones, consideró que el joven pudiera suponer una amenaza para su cachorro.
Recién llegado el amanecer de un día lluvioso, Olandir salió a buscar a su peludo amigo, extrañado porque no hubiese acudido al claro de los Ktherel para aullarle como siempre, juguetón, emitiendo ese agudo ruidito que tanto alegraba el alma del crío. Lo encontró en la morada del jardinero, destrozado. La pena se apoderó de Olandir, quien supo, sin ninguna duda, que el pequeño lobo iba a morir. ni siquiera pudo pensar en cómo se lo haría saber a su madre, quien tanto amor le profesaba al que era su cachorro predilecto. Ni siquiera le importó que la loba pudiese atribuirle la culpa y pudiese lastimarlo en consecuencia. Lo único que quería era salvarlo, pero algo en su interior le indicó que aquello era muy improbable, si no imposible. Únicamente sintió impotencia por no poder hacer nada por él. Se tumbó junto a su amigo, con quien tantos juegos y acicalamientos había compartido. Aún recubierto de pústulas, herido hasta en el alma, el lobo movió ligeramente la cola y aulló por última vez, al sentir la presencia del joven. Incluso en medio de una insoportable agonía, el animal se alegraba en lo más profundo de su corazón, pues al menos no dejaría Eirea solo.
Fue en ese instante, cuando el milagro sucedió. El chico, repentinamente, unido como lo estaba al lobezno, sintió una presencia. Notó a su compañero. No físicamente, sino espiritualmente. encontró su aura, sin ni tan siquiera buscarla. Y supo qué debía hacer. Concentrando algo que había descubierto en su ser, rogó al viento que se moviera. Que le prestara su energía para sanar a tan buena cría. Un centenar de hojas azules, similares a las de un roble, refulgieron a su alrededor. Envolviendo al niño con una energía azulada, brillante como la misma Argan. Todo ese montón de hojas se proyectaron hacia el pequeño lobo. Lo rodearon. Lo acunaron. Entre silbidos dulces como la flauta de una sacerdotisa de la lírica de Arrayx, atenuaron su dolor. En pocos segundos, todo el malestar de la cría se disipó. Las heridas se cerraron. Ningún resquicio quedó de aquellos feos e infectados cortes y perforaciones. La pequeña bestezuela era envuelta por un tenue capullo de luz argéntea, mientras la magia invocada realizaba su labor. La sangre perdida se regeneró. Las picaduras se disiparon, como si jamás hubiesen existido, y lo que era veneno pasó a ser abono para el bosque, purgado del interior de quien, hasta hace unos instantes, padecía los terribles efectos del ataque arágnido.
Sus padres encontraron a Olandir inmensamente feliz. Bajo un aluvión de lametones producidos por la lengua de un hermoso ejemplar de pelaje grisáceo y corto, que movía la cola alegre y agradecido, sin dejar de emitir aulliditos capaces de conmover el corazón de un golem de piedra, el niño lloraba de alegría por haberle regalado a su amigo el derecho a vivir de nuevo, aún asombrado por lo que acababa de lograr por su cuenta. Y supieron, en aquel momento, que un talento de sanación sin igual se había manifestado entre los suyos. De un modo inesperado, Olandir había logrado consumar con éxito uno de los rituales de curación más difíciles de realizar para los estudiosos del poder natural.
_Uno que no podía ser alterado, ni tan siquiera por los sortilegios más poderosos, capaces de convertir los actos de formulación mágica en inútiles movimientos labiales sin efecto.
_Uno que no podía ser modificado, del modo en el que podían serlo los hechizos de las esferas de curación y total, mediante terribles artefactos como los conocidos cinturones robacuraciones, responsables de tantas pérdidas entre los clérigos guardianes del bosque.
Sus progenitores Supieron, en ese instante, que el vínculo que el joven había desarrollado con uno de los animales más leales de Eirea, sumado a su capacidad para ejecutar un rito de restablecimiento tan poderoso, sin que ni tan siquiera se lo hubieran enseñado, anunciaba que uno de sus hijos había sido bendecido con un sobresaliente poder en uno de los talentos más complejos. Uno que cualquiera sabe valorar por sus contundentes implicaciones: el don potenciado de la sanación.
Desde luego, todos los druidas poseen la cualidad de emplear sortilegios de curación. Empleando su magia interior, y la ayuda de la naturaleza, en benévolos propósitos. Sin embargo, que un niño pudiese llamar a su poder con un grado de eficacia tan elevado, más aún a una edad tan temprana, constituye una rareza incluso entre los considerados raros por el resto de sociedades de Dalaensar. Másaún, si se tiene en cuenta que tal explosión de poder no fue descontrolada ni peligrosa, sino que por el contrario, había surgido fruto de una comprensión genuina del otro, algo que suele requerir décadas de adiestramiento.
Los años de enseñanza no fueron fáciles, pero sí fructíferos. Entretenidos. Un tesoro para Olandir, quien nunca se rindió. Nunca faltó a una tarea que sus padres o maestros le recomendasen. Nunca descuidó sus ejercicios de dominación mágica. Aquellos que sus instructores Nyathor le enseñaban y le pedían realizar, incluso durante sus ratos libres. Cuando su hermano le hacía reír, entre juegos y bromas compartidas, Alden y Olandir compartían momentos de felicidad insustituibles. Sin embargo, llegado el momento de aplicarse a fondo, Olandir se abstraía de todo. Nunca desatendió las enseñanzas de sus profesores. Un día mejoraba. Al siguiente, más aún. Si cometía un fallo, no se desesperaba, pues poco tardó en comprender, que la magia natural no se lleva bien con la impaciencia. Muy al contrario, la calma es el mejor compañero a la hora de sincronizarse con los cinco elementos que conforman el mundo terrenal.
Aire, agua, tierra, fuego y energía espiritual. Los pilares esenciales que conforman el mundo que conocemos. Los comprendía, tanto a nivel teórico como práctico. Los sentía. Evocaba intención de manipularlos. Todo empezó con pequeños propósitos. acelerar el crecimiento de una flor. Hacer flotar una hoja de papel con suavidad, hasta colocarla en un atril, impulsándola mediante el favor de los vientos. Provocar que brote un rocío sobre una pared, controlando el agua para que dibujase formas complejas. Encender una llamita en la palma de la mano y, con ella, dar vida a una diminuta fogata. Obligar a la tierra a formar un montículo. Sentir las auras de bien y mal, immbuídas en diferentes objetos, tanto de orígenes nobles como de procedencia oscura, y potenciar sus habilidades curativas, en ejercicios en los que debía restaurar a cualquier ser vivo que le mostraran. Desde un tallo de un marchito ginkgo biloba, y una hormiga, hasta un poderoso oso malherido. Revitalizaba incluso a sus maestros si los sentía agotados, lo que no en pocas ocasiones le valió una muestra de sincera gratitud.
Los progresos fueron aún más patentes con el paso de los meses. Comenzaron las simbiosis con los seres espirituales. Quimeras, ents y sátiros, guardianes y eternos protectores de los bosques. El aprendizaje se tornó arduo a la hora de estudiar el arte de la polimorfosis. Descubrieron que el mayor problema de Olandir era su intolerancia al dolor. Uno de los efectos negativos de la extrema empatía es, sin duda, el miedo al padecimiento, tanto al ajeno como al propio. Con esfuerzo y dedicación, logró transmutar esta debilidad en fortaleza, convirtiéndose en un guardián incluso de su familia, al comprender que un buen sanador debía ser capaz de soportarlo todo, estoico, con tal de proteger a los suyos y brindarles curación incluso en los momentos difíciles. Todo ello, sin perder su corazón ni conexión con el mundo.
Finalmente, a la edad de 40 años (el equivalente a una adolescencia de 16 para los humanos), ya bien formado como uno de los druidas más sobresalientes de su promoción, el semi-elfo partió en búsqueda de aventuras. NO se alejó mucho de su hogar, pues al contrario que los más intrépidos y confiados iniciados en las andanzas por Eirea, el vigilante de la foresta no subestimaba los peligros. Esperó a dominar aún más sus artes mágicas, antes de emprender el verdadero deambular por la senda de la vida. Consiguió hacerse con algunas prendas y equipos de valor, capaces de potenciar su resistencia y sus poderes mágicos, en especial los relacionados con el elemento espiritual, muy influyente en lo que atañe a habilidades curativas. Cuando, tras varios meses, se consideró preparado, recibiendo la aprobación de su amigo Fornieles, quien tanto le enseñó sobre el arte del poder druídico cuando sus maestros poco podían mostrarle ya, partió a tierras lejanas. A veces en solitario, acompañado de sus guardianes espirituales. Pastores de árboles, Singlas y sacerdotisas de Arraix, que le guían y protegen. En otroras ocasiones, en compañía de un fiel amigo enano, o de un poderoso mago o guerrero.
En diversas circunstancias, el aún novato clérigo del bosque volvió a compartir sendero con su último tutor, el ya nombrado Fornieles, quien se especializó como cambiaformas. Buscando sentir la vida animal, no como protector de la misma, sino como parte de un todo. Mimetizándose con la propia naturaleza. Las artes de Olandir irían por otro camino, apelando a su conexión empática y espiritual. No obstante lo anterior, tampoco descarta la posibilidad de, algún día, profundizar, un poco más, en las cualidades que definen a un buen cambiante.
Rol
Olandir es de corazón sosegado y empático. No ha conocido el amor de ninguna mujer u hombre, mas tampoco lo necesita. No en el grado de amante. Lo cierto es que su conexión natural va más allá de los estímulos carnales. No podría afirmarse que no ha probado sentir los placeres de un acto con alguna, o alguno, de sus compañeros o compañeras. Nada ha sentido, salvo cierta congoja por no poder disfrutar de encuentros íntimos, tanto como quienes querían forjar una relación más seria con él (de ahí que sintiese que no podía satisfacer a una futura pareja, del modo en el que, en cualquier relación sana entre dos enamorados, es menester hacer del coito un método de unión profundo). Sin embargo, notando que el aprecio de Olandir hacia los suyos era sincero, los dos amantes que probó a tener no le guardaron rencor alguno. Muy al contrario, quedaron como amigos inseparables (tan inseparables como lo permite el paso del tiempo, que no siempre es generoso).
Muestra, además, un gran aprecio por Eralie. No tanto por sumisión a sus deseos, como algunos más ortodoxos demandan. A diferencia de los más fanáticos, Olandir sabe que, si bien Eralie puede haber tenido algo que ver en el nacimiento de su don, unido estrechamente al alma del protector del bosque, ha sido su esfuerzo incansable el que le ha llevado a dominar la magia con su nivel actual, y no únicamente el arrodillarse en pose de rezo. Será, su incansable entrenamiento, el que le llevará a mejorar todo lo posible en el campo de la magia natural.
Olandir, como adorador de Eralie y guardián de la naturaleza, protegerá a los suyos, y a cualquiera que le necesite. Velará por los bosques de Eirea, y por combatir a quienes amenazan el propio ciclo natural. No se siente cómodo cuando debe arrebatar una vida, mas es consciente de que la guerra demanda sangre, incluso aunque él preferiría redimir a quienes pueden arrepentirse de los males cometidos. Sin embargo, también es sabedor del precio de la propia vida. Quien quiera conservar la suya propia, o la de quienes ansía proteger, de quienes pretenden hacer daño, a veces se ve obligado a defenderse. Y tal defensa, en no pocas situaciones, exigirá la muerte del enemigo para sobrevivir.
Objetivos:
Profundizar su entrenamiento mágico. En especial, el talento de la sanación y la resistencia mágica, con tal de ser el escudo que protege a sus compañeros y a la vida en sí misma.
Conseguir equipo que le permita lograr la anterior meta expresada con mayor eficacia.
Combatir a quienes amenacen el ciclo natural, a su pueblo y a sus amigos y familiares. Liberando a Eirea, incluso de los seres más temidos y caóticos, como los dragones, los muertos reanimados mediante artes nigrománticas y divinidades oscuras, o los engendros que pueblan el abismo y han acudido a nuestro mundo para destruirlo.
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