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    • Rijja
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      <u>Expedición / Aventura Libre “¿Entre rubíes? Veneno, Setas y esclavitud”</u>

       

       

      Tipo: Expedición / Aventura Libre

      Localización: Al-Qualanda (Riscos del Ocaso)

      Dificultad: Baja/Media

      Objetivo: Entretenimiento y Exploración

      Recompensas posibles:

      • Gemas: Rubí.
      • Objeto Miscelánea: Trozo de Rey Micónido.
      • Varios: Tokens de Exploración.

      Oficios útiles:

      • Minero
      • Jornalero

      Bestiario reseñable:

      • Micónido
      • Rey Micónido

       

      Información útil:

      • La planta conocida como Eskumla, teniendo en cuenta su probada efectividad en el tratamiento contra varios venenos, es muy útil.
      • No te preocupes si no llevas un pico de minero cuando llegues a la mina de rubí. Todos los NPCs mineros de la zona tienen y sus muertes no deberían perjudicar tu estatus en ciudadanías.
      • Puede extraerse un trozo del cadáver del Rey Micónido para “cargar” de veneno el objeto conocido como Guante de Micónido y así usar su poder (aunque a día de hoy esté desfasado y sin utilidad real).
      • Las diferentes clases de Micónido se distinguen por sus colores. Cada uno de ellos posee un veneno con efectos distintos entre sí.
      • Siempre debes preparar los pertrechos y requisitos básicos para cruzar el desierto lo más cómodamente posible, es muy desesperante perderse en él, máxime en horario diurno.
      • No olvides rescatar al prisionero una vez estés en la Colmena Micónida para potenciar tu ganancia de Gemas (Rubíes).

       

      Curiosidades:

      • Durante esta aventura estarás en una de las pocas zonas de Sub-Oscuridad que son “jugables” a día de hoy.

       

      Link_Grimorium Al’jhtar (Bestiario): https://rijjaaljhtar.wixsite.com/grimorium/criaturas

      Link_Grimorium Al’jhtar (Relato ilustrado): https://rijjaaljhtar.wixsite.com/grimorium/viaje-a-la-suboscuridad

       

      Historia Ambientada:

      El día se prometía ser entretenido. Una partida de ogros, más organizados que de costumbre, se había dejado ver en las inmediaciones de los Riscos del Ocaso.

      Con premura, dispuse los bártulos pertinentes y partí en su busca. No por sed de sangre, fue por mera utilidad. Destinar una patrulla pertrechada para salir en su busca es costoso y mal avenido. Además, siempre sienta bien salir eventualmente del Templo Piramidal, el estudio continuo comienza a ser… tedioso.

      Sobrepasados los márgenes de la Meseta de Ferrian empiezan a entreverse los Riscos en el horizonte, impertérritos ante el azote ardiente de la arena del desierto. En las dunas, las cuales se me antojan como olas de fuego, siento la atenta mirada de las bestias que habitan estas áridas tierras. Casi siempre permanecen inmóviles, haciendo difícil distinguir si me acechan o temen hasta el momento exacto. Realmente el camino es largo y pesado, incluso siendo este amortiguado gracias a los efectos de mis encantamientos arcanos.

      Casi llegado el Ocaso, encuentro las primeras huellas del pequeño contingente de ogros del cual se me había notificado. No es común que un Alto Teócrata se dedique a estos menesteres, pero he de reconocer que siento cierta simpatía y nostalgia en el recuerdo de mis días en el frente.

      Intentando no regocijarme demasiado en viejos recuerdos y sentimientos pasados llego, por fin, a la esperada base de los Riscos del Ocaso. Habiendo llegado a este punto, donde el suelo se compone básicamente de roca viva; y gracias a un golpe de suerte, soy capaz de descubrir el rastro de mis recién adquiridas presas virando hacia el oeste. Pequeñas alimañas. Seguramente su intención sea bordear los riscos, a hurtadillas, para evitar ser vistos desde la Atalaya Ar’Kaindiana.

      Siguiendo el ceriballo del paso ogro me topé de bruces con una cascada qué, debido a las abundantes lluvias semanas atrás, había vuelto completamente intransitable el camino más allá.

      En aquel pequeño recodo del camino, las huellas de los ogros se habían vuelto erráticas y confusas. Escudriñé aquel lugar exhaustivamente hasta que descubrí unas marcas digitales en una roca cercana. Al asomarme, pude entrever una abertura en la roca de la montaña torpemente oculta tras unos matorrales. Era la entrada de una cueva que, debido al olor y a la condensación de humedad, se antojaba muy profunda y, como no, el rastro que perseguía se perdía en su interior. Me adentré en aquellas soledades, sin vacilar ni un ápice, decidido a continuar con mi particular cacería.

      Un extraño hedor mortecino invadía la totalidad de aquel túnel, el cual no dejaba de aumentar en intensidad a cada paso. No tardé en darme cuenta que aquellas cavidades eran refugio y cubil de arácnidos de gran tamaño y muy agresivos los cuales habían destripado y envuelto a un gran número del contingente ogro que yo perseguía. El rastro de huellas, aunque drásticamente mermado, todavía continuaba perdiéndose en la profunda oscuridad.

      Tuve que abrirme paso de manera violenta entre aquellas criaturas para poder continuar mi exploración de la zona, la cual ya se hacía lo suficientemente incómoda por el enrarecimiento del aire como para entretenerme en demasía eliminando alimañas.

      En el trasiego de aquel internamiento en las profundidades, y después de varios descensos abruptamente pronunciados, llegué a una zona de la cueva con el techo considerablemente más alto y cuyas paredes se extendían en amplitud. En aquella curiosa estancia y siguiendo el rumor de una abertura al otro lado, entreví en la lejanía la silueta de un portón en la roca viva. Me acerqué dicho umbral cautelosamente hasta colocarme justo enfrente.

      Pocos portales ofrecen una invitación tan mala a ser atravesados.

      Una profunda oscuridad, aún más si cabe que la reinante, moraba en el interior de aquella oquedad.

      Ignorando los numerosos grabados que lo bordeaban, los cuales parecían indicar claramente la peligrosidad de adentrarse por aquel pórtico, e invadido por una curiosidad inusitada decidí atravesarlo. “Esto, sin lugar a dudas, es una entrada a la Sub-Oscuridad” – Dije para mis adentros mientras esbozaba una sonrisa.

      “Atónito”, sería la palabra.

      Quedé atónito al cruzar la entrada ya que, sin haberlo previsto y de soslayo, una enorme mina de refulgentes rubíes se extendía ante mí. Numerosos individuos de diversas etnias trabajaban, en pésimas condiciones, en aquella rebosante mina yendo de aquí para allá.

      Alguien, o algo, debía tener esclavizada a toda esa heterogénea población.

      Me abstraje por completo de mi particular misión de cacería ogra debido a esa oblicua intriga y recorrí aquellas galerías, siendo ignorado por todos los trabajadores presentes, hasta descubrí una estrecha habitación en la cual se encontraba un enorme espejo negro como la obsidiana.

      Gracias a los variados estudios arcanos que había realizado en el pasado, pude intuir que aquel particular espejo se trataba de un portal mágico. Obviamente, una vez llegado a este punto, no dudé en atravesarlo.

      “Esta particular empresa no deja de sorprenderme”- Pensé con emoción.

      Aquel renegrido espejo era el portal de entrada a una colmena de Micónidos, unos repulsivos y venenosos seres. Estos eran, sin duda, los responsables de la situación en la mina de rubí que dejé atrás. Debido a la inteligencia y avaricia de estos seres, era de obligado cumplimiento la búsqueda de tesoros y curiosidades en aquel cubil.

      Con el uso de la violencia mágica me abrí paso entre los apestosos Fungiformes que formaban aquella colonia hasta que mi atención se detuvo en una puerta, hábilmente mimetizada con las paredes. Al abrirla, dejando entrever una minúscula y oscura celda, un prisionero Drow emergió. Estaba completamente malogrado. Con afán de conseguir algo de información de primera mano sobre aquel lugar, dispuse los primeros auxilios para el prisionero. Una vez se estabilizó ligeramente, este individuo me explicó entre balbuceantes sollozos desconsolados, que llevaba ya tiempo esclavizado y ahora lo habían encerrado por desobediencia hasta que muriera. Apenas pudo contarme nada sobre aquel sitio, pero, y en compensación por ayudarlo, me entregó un par de rubíes que había ocultado a sus captores.

      De nuevo, dejando a mi “nuevo amigo” atrás, seguí recorriendo aquellos intrincados pasillos hasta que llegué al mismo centro de la colmena. Como era de esperar, el recibimiento no tardó en llegar. Apareció en escena, ni más ni menos que el Monarca de aquella sociedad: El Rey Micónido.

      Es cierto que son criaturas realmente temibles, pero, sin ánimo de vanidad en estas palabras que suscribo, no pudo hacer frente a mi amplio conocimiento de la magia y pereció rápidamente en combate.

      Siendo tan extraño el encuentro con un micónido de tal orden jerárquico, aproveché el hallazgo arrancando una parte de su cuerpo ya que este es muy valioso para la síntesis de potentes venenos.

      Mi expedición había terminado de manera inesperada. Me dispuse a abandonar, satisfecho, aquella repulsiva colmena para no volver, no sin antes encontrar fortuitamente los desgarrados cadáveres de los Ogros restantes que perseguía anteriormente a mis pies. A fin de cuentas, terminé por encontrarlos y verlos muertos.

       

      Ciertamente la jornada supuso una inestimable oportunidad de estudio y conocimiento, por no mencionar la adquisición de varios rubíes y el regusto amable del deber cumplido.

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